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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Con emplastos de cal y sinapismos de barro parecía un inválido de la arquitectura; y la fachada principal, renovada, recargada de adornos churriguerescos, sobre todo en la puerta y el balcón de encima, le daba un aspecto grotesco de viejo verde.
Los calomelanos y revulsivos no daban resultado alguno. Tenía el pobre niño las piernas abrasadas á sinapismos, y la cabeza hecha una lástima con las embrocaciones para obtener la erupción artificial. Cuando Rufina le cortó el pelito por la tarde, con objeto de despejar el cráneo, Torquemada oía los tijeretazos como si se los dieran á él en el corazón.
Llamado el Comadreja, lo desanimó, y dijo que todo era un sincopiés; y como es caritativo él, buen cristiano él, y además había estudiado un año de Veterinaria, mandó que le llevaran a su casa para asistirle y devolverle el resuello con friegas y sinapismos.
Se agotaron multitud de remedios que exigían mucho esmero y cierta costumbre: sinapismos, sanguijuelas, fricciones en las sienes con varios líquidos, etcétera. Marta no consintió que ninguna criada pusiera la mano en su madre: todo lo hizo ella sin precipitación, sin ruido, como si en toda su vida no hubiese hecho otra cosa.
Todas ellas continuaron las aplicaciones de sinapismos en las pantorrillas, en la nuca, en la planta de los pies, en los muslos y en los brazos; le desprendieron la ropa y la colocaron en su cama. Al bajar con don Benito la escalera para ir a buscar médico, nos chocamos con el pardo Alejandro en la misma puerta de la calle.
No, no, insinuaba otro; esta es la ocasion de deshacerse del enemigo; no basta que entren en sus casas, hay que hacerlos salir, como los malos humores, por medio de sinapismos.
Con los ojos enrojecidos por un sordo lloriqueo, iba la madre de un punto a otro de la alcoba cumpliendo lo dispuesto por los médicos, preparando los sinapismos que aplicaba por debajo de las sábanas a las míseras piernas del enfermo.
Repetidos ataques de este género tuvo el P. Enrique, siempre en la soledad de su estancia. El Padre tenía algunos conocimientos médicos, y él mismo se curaba con auxilio de su criado. Ya se hacía poner sinapismos, ya dar fuertes fricciones, ya se aplicaba a la nariz cierta hierba, por cuya virtud provocaba una ligera emisión de sangre, ya se cubría la cabeza con un lienzo mojado en agua fría.
Todo se volvía gritar: ¡Pero qué bien está usted, don Jaime! ¡qué horrorosamente pintado! Ni la madre que le parió puede conocerle. Bajo la fe de esta palabra, el buen Marín se dejó llevar al Liceo. Sus amiguitos le aconsejaron que no dejase de dar bromas a ciertas señoritas; a lo que él contestaba, que serían como sinapismos.
Mi tío pedía a gritos un médico, el vinagre y los sinapismos; y mientras éstos se aplicaban abundantemente en las piernas ciclópeas de la señora, don Benito y yo corríamos en busca de todos los médicos del barrio. Las señoras de la vecindad, algunas de las cuales eran de la relación de la familia, concurrieron inmediatamente al conocer la desesperación de mi tío.
Palabra del Dia
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