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Afranc, propiamente Francia; pero los árabes aplicaban este nombre á todos los dominios cristianos que caían al norte de sus provincias en España; así como llamaban Andalús á toda la tierra que ellos aquí enseñoreaban.

Le dolía el pecado porque en su anhelo de toda clase de perfección, para ella y para los otros, soñaba con una vida honrada y limpia. Por rara coincidencia, estos sueños de limpieza y de honradez acudían en tropel a su mente, y más amenudo que nunca, desde que empezó a visitarla Juan Maury. Sus facultades críticas y analíticas, sin poderlo remediar ella, se aplicaban a la comparación.

Jóvenes cuya distinción entusiasmaba á doña Elena prorrumpían en apóstrofes contra las corrupciones de París, corrupciones que habían estudiado á fondo velando hasta la salida del sol en las virtuosas escuelas de Montmartre. Todos adoraban á Alemania, donde no habían estado nunca ó que conocían como una sucesión de imágenes cinematográficas. Aplicaban á los sucesos un criterio de plaza de Toros.

A los tres meses de aquella tristísima vida, a la cual llegó a acostumbrarse, porque es ley que nos acostumbremos a todo, sus guardianes le aplicaban con mucha laxitud el reglamento del Modelo, permitiéndole visitas largas, sin bajar al departamento de comunicación.

Mi tío pedía a gritos un médico, el vinagre y los sinapismos; y mientras éstos se aplicaban abundantemente en las piernas ciclópeas de la señora, don Benito y yo corríamos en busca de todos los médicos del barrio. Las señoras de la vecindad, algunas de las cuales eran de la relación de la familia, concurrieron inmediatamente al conocer la desesperación de mi tío.

Hablaba con entusiasmo de la operación de herrar, que don Fernando no había visto nunca. Los yegüerizos echaban sus lazos de cerda a los potros indómitos, sujetándolos por las orejas, mientras se calentaba el hierro en un fuego de boñiga seca; y al estar la marca al rojo, ¡zas!, se la aplicaban al costado, quemándose los pelos y quedando la piel señalada para siempre con la cruz y la media luna.

Conquistada Sevilla, por San Fernando, sabido es que en ella quedó una numerosa población musulmana, y si repasamos el famosísimo códice de los «Loores et Cantare de Santa María» sus numerosas viñetas nos manifestarán cuál era el gusto que dominaba en los trajes y en todos los productos textiles, aun aquellos que se aplicaban al culto, como las frontaleras de los altares y los ornamentos sacerdotales.

Las medicinas que se aplicaban á los males mas parecian estragos i destrucciones, que remedios. Veíanse los judíos tenidos en las leyes por libres; pero tratados por los hombres con la misma dureza que si fueran esclavos; i no solo como esclavos, sino peor que los mas dañinos i feroces animales.

Habiendo en los pueblos vicarios, en los términos que queda dicho, arreglarían todo lo demás concerniente al culto divino, y proveerían que a los indios se enseñase la doctrina cristiana, y que ellos acudiesen a ser educados en la mejor forma y con el menor gravamen que fuese posible, y según se viese se aplicaban o descuidaban, porque sobre esto no puedo formar concepto que me satisfaga; pero de todos modos el gobierno debería estar a la mira, y daría los auxilios necesarios para que se lograse tan importante fin.

Aquí tenemos un ejemplo muy interesante de la manera ingeniosa, con que los poetas españoles se apropiaban pensamientos ajenos, les daban nueva forma y los aplicaban con fines distintos. Visiblemente se nota en esta obra una reminiscencia de El villano en su rincón, de Lope. Además, García recuerda también á El celoso prudente, de Tirso, y á El comendador de Ocaña, del mismo Lope.