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Actualizado: 22 de junio de 2025
Le tentaba los brazos para convencerse de su fuerza; le hacía relatar sus peleas nocturnas, como valeroso campeón de una de las bandas de muchachos licenciosos, llamados patotas en el argot de la capital. Sentía deseos de ir á Buenos Aires para admirar de cerca esta vida alegre. Pero ¡ay! él no tenía diez y seis años como su nieto. Ya había pasado de los ochenta. ¡Ven acá, profeta falso!
Por último, las peleas de gallos influían en la vida y carácter de Apolonio en dos opuestas direcciones: una favorable, y adversa la otra. Favorable, porque se iba haciendo conocido y famoso, como personaje pintoresco e improvisador de aleluyas, en la ciudad y en otros pueblos de la provincia, en donde alguna vez se concertaban riñas de gallos interurbanas.
Para esto necesitaba el permiso de don Roque, y no le era fácil conseguirlo. El comisario tenía miedo á sus superiores. El gobierno federal había prohibido esta fiesta en los territorios de vida primitiva, por ser causa de borracheras y peleas.
Son sumamente viciosos en toda clase de vicio: son grandes fumadores: el aguardiente lo beben como agua, hasta que se privan enteramen: beben mucho mate, y luego se comen la yerba, y con la bebida se acuerdan de todos los agravios que han recibido ellos y sus antepasados, las peleas que han tenido y las invasiones que han hecho: todo lo cantan y otros lloran, que es una confusion oirlos.
Pero nadie hubiera podido decir en su niñez que había de ser ilustre por su genio poético aquel estudiantuelo feroz que andaba siempre de peleas y puñetazos. Es verdad que leía sin cesar; aunque no pareció revelársele la vocación hasta que leyó a los dieciséis años la Reina Encantada de Spencer: desde entonces sólo vivió para los versos. Shelley sí fue precocísimo.
Vestía calzón corto y media de lana con ligas de color, chaleco con botones plateados, colgada del hombro la chaqueta de paño verde, sobre la cabeza la montera picona de pana negra y en la mano un largo palo de avellano. Si no por el valor indomable, resplandecía en las peleas por su consejo, cuerdo siempre y atinado, por la astucia y el artificio de sus trazas.
Siempre estaba Júpiter, el rey de los dioses, sin saber qué hacer; porque su hijo Apolo quería proteger a los troyanos, y su mujer Juno a los griegos, lo mismo que su otra hija Minerva; y había en las comidas del cielo grandísimas peleas, y Júpiter le decía a Juno que lo iba a pasar mal si no se callaba enseguida, y Vulcano, el cojo, el sabio del Olimpo, se reía de los chistes y maldades de Apolo, el de pelo colorado, que era el dios travieso.
Hay que confesar que de parte de Maza se pusieron los menos. Los indianos, indiferentes como siempre a estas peleas, se asomaban de vez en cuando a la puerta del billar con el taco en la mano, para escuchar las razones de los contendientes, e ilustrarse. Para ellos aquellas discusiones eran muy provechosas.
Esto enseñaban a Lázaro, y así lo admitía él. Sí, se decía; Dios y el hombre.... El cielo y la tierra.... El bien y el mal.... Entre ambos la religión, el sacerdote, el soldado de las grandes peleas, el profeta que anuncia la aurora del porvenir, el eterno apóstol que, repitiendo la frase de San Pablo, dice a todos los pueblos de la tierra: «Hermanos, sois llamados a la libertad.»
Este era el Besugo, consorte del Gallego, el Margallo y el Viruelas, y compañeros los cuatro del Barrabás en el robo de bronces y alambres en Vallecas. Al hermano de Maltrana lo tenían alejado de ellos, para evitar peleas, pues hablaba de comerse los hígados de sus consortes por haber charlado de sobra en las declaraciones. El muchacho es una alhaja dijo el empleado irónicamente . Tiene genio.
Palabra del Dia
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