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Actualizado: 22 de junio de 2025
Absorta en dicha lectura se hallaba doña Luz, cuando, como ya hemos dicho, entró a verla doña Manolita. Se besaron, se abrazaron, se dieron los más cordiales buenos días, y luego habló la hija del médico: Hija mía, tú eres la primera que ha de saberlo. Lo sabrás antes que mi padre. ¡Gran novedad! Mis peleas con Pepe Güeto han dejado de ser escaramuzas. La ira de ambos ha llegado a su colmo.
En una de esas peleas de reyes andaba por Anam un obispo francés, que hizo creer al rey vencido que Luis XVI de Francia le daría con qué pelear contra el que le quitó el mando al de Anam: y el obispo se fue a Francia con el hijo del rey, y luego vino solo, porque con la revolución que había en París no lo podía Luis XVI ayudar; juntó a los franceses que había por la India de Asia: entró en Anam; quitó el poder al rey nuevo; puso al rey de antes a mandar.
Cuando a altas horas de la noche, al final de las francachelas en los colmados, sentíase borracho, despreciaba a sus queridas para fijar toda su admiración en los hombres de bronce que le acompañaban. Hacía que le mostrasen las cicatrices de sus heridas, que le relatasen sus heroicas peleas.
Aunque vestía a la última moda, con minuciosa corrección, repitiendo los gestos y frases aprendidos durante un año de gran vida europea, este gentleman de tez amarillenta se ponía de color de ladrillo y le brillaban los ojos siempre que giraba la conversación sobre actos de valor, y escenas de muerte, como si resucitase en su sangre la acometividad de los abuelos españoles y de los abuelos indígenas, entreverados en luengos siglos de peleas.
Además, le interesaban muy poco las peleas de aquellos gallos ingleses. En la misma sala estaban sentados departiendo amigablemente los dos notarios de la población, don Víctor Varela y Sanjurjo. El uno era un viejo, pequeño, de ojos saltones, con enorme peluca, tan groseramente fabricada, que parecía de esparto; el otro, un hombre de media edad, pálido, con bigote entrecano y cojo de nacimiento.
En el teatro les cuentan los cómicos las historias de cuando Anam era país grande, y de tanta riqueza que los vecinos lo querían conquistar; pero había muchos reyes, y cada rey quería las tierras de los otros, así que en las peleas se gastó el país, y los de afuera, los chinos, los de Siam, los franceses, se juntaban con el caído para quitar el mando al vencedor, y luego se quedaban de amos, y tenían en odio a los partidos de la pelea, para que no se juntasen contra el de afuera, como se debían juntar, y lo echaran por entrometido y alevoso, que viene como amigo, vestido de paloma, y en cuanto se ve en el país, se quita las plumas, y se le ve como es, tigre ladrón.
Transcurrían algunos meses sin que don Roque se ablandase. «¡Ché, Gallego: no me pillarás otra vez!...» Pero la generosidad del bolichero acababa con sus temores, y de nuevo se anunciaba una corrida de caballos. Si la fiesta había terminado sin peleas, González, triunfante, reñía al comisario. ¿Lo ve usted?... Este es un pueblo que progresa, y puede uno tener confianza en su decencia.
1141 Mas cada uno ha de tirar en el yugo en que se vea; yo ya no busco peleas, las contiendas no me gustan, pero ni sombras me asustan ni bultos que se menean. 1142 La creia ya desollada, mas todavía falta el rabo, y por lo visto no acabo de salir de esta jarana; pues esto es lo que se llama remacharsele a uno el clavo.
Mozos de vida airada, acostumbrados a peleas nocturnas con las rondas de alguaciles y a largas estancias en la cárcel por deudas, convertíanse al otro lado del Océano en magníficos señores que destronaban emperadores, colocaban otros en su lugar, o concluían por sentarse en el trono.
Luego el rey mandó que en las peleas de juego, que se llamaban torneos, saliera siempre a pelear un caballero con los ojos vendados, para que la gente de Francia no se olvidara de aquel gran valor. Y ahí vino el juego.
Palabra del Dia
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