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Según la gente de tierra, no había ocurrido hasta entonces cosa que no fuera en Santander muy natural y corriente; y en verdad que no era para dejar pálido á nadie la rotura de algunos vidrios, unos cuantos paraguas vueltos del revés, tal cual sombrero arrancado de su correspondiente cabeza, y alguna que otra falda encaramada más arriba de lo acostumbrado.

Un tanto por ciento de aquel daño que Emma le hacía al apoyarse en él, y como procurando transmitirle por el contacto parte del dolor, para repartirlo, lo atribuía Bonis al deseo de molestarle, de hacerle sufrir por gusto. ¡Que me muero, Bonis, que me muero! gritaba ella, encaramada en su marido. El peso le parecía a él dulce, y la voz amante.

No se sabía ciertamente cuál de las amigas despachaba más: en cambio, a su lado, encaramada sobre un almohadón, había una aprendiza, niña de ocho años, que con sus deditos amorcillados y torpes apenas lograba en una hora liar media docena de papeles.

Bebió y paladeó el confortante licor, relamiéndose de gusto, y echó después una yesca, mientras yo contemplaba a vista de pájaro el vallecito de Tablanca, con sus casitas trepando mies arriba detrás de la de mi tío, sola y encaramada en lo alto, como si se hubiera detenido allí para animarlas con la voz y algunas cuchufletas de don Celso; y, por último, recostándose contra el terreno y estribando con las abarcas en las asperezas del camino, me refirió lo siguiente, que yo traduzco, poco más que en sustancia, al lenguaje vulgar, con verdadero sentimiento, porque no me es posible, por falta de memoria y de costumbre, reproducir al pie de la letra aquel pintoresco lenguaje, cuyo sabor local excedía con mucho, en interés, al asunto relatado.

Lo conveniente, añadía el Padre en otra ocasión, es que tu filantropía se trueque en caridad cristiana: que ames a Dios sobre todas las cosas. Considera lo encaramada y elevada que estás ya en el amor, y calcula, si puedes, hasta dónde te encumbrarías en cuanto pusieses sobre todo ello tu amor divino.

De la botica no hay que decir que sigue las leyes de su boticario: los mismos tarros de porcelana con los propios nombres en latín abreviado; la misma Virgen de las Mercedes, patrona especial del establecimiento, en su hornacina de caoba, encaramada en lo alto y principal de la estantería, es decir, en el Ojo, el «ojo» a que se endereza la pedrada del refrán; el mismo pildorero de castaño con sus enroñecidos trastes de hierro; el mismo cazo para los cocimientos, la misma tijera para cortar el baldés de los confortantes de siempre, y hasta el mismo papel emborronado, de planas, comprado a lance a los chicos de la escuela, para sus cucuruchos de píldoras y envolturas de medicamentos en polvo.

Esto me recuerda una de la mayores humillaciones de mi vida, un día en que mi pobre tía me sorprendió encaramada en una silla delante de la chimenea del comedor, con la nariz pegada al tremó, que tenía reflejos verdes, para verme más de cerca. Mi tía se indignó enormemente y me llevó, toda temblorosa, hasta la sacristía, donde estaba usted escribiendo en un gran librote.

respondió , y de camino, a ver a la hija del tío Pedro Santaló, que está mala. ¿Quién? ¿La Gaviota? preguntó Momo . No lo crea usted. Si la he visto ayer encaramada en una peña y chillando como las otras gaviotas. ¡Gaviota! exclamó Stein. Es un mal nombre dijo el comandante que Momo le ha puesto a esa pobre muchacha.

Pero bien pronto le robó la atención de sus admiradoras la estudiantina, que estaba toda encaramada en una mesa de metro y medio de largo por un metro escaso de ancho. Cómo danzaban allí unas doce chicas, es difícil decirlo; ellas danzaban, acompañándose con panderetas y castañuelas y coreando al mismo tiempo habaneras y polcas.