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La verdad es que todo esto, doña Nieves y las placeras sus amigas, las mujeres de equívoca decencia que iban allí acompañadas de madres postizas, el mozo y sus familiaridades, el pianista y sus habaneras, aburrían a Juan Pablo soberanamente. Para colmo de hastío, Feijoo no era puntual y faltaba muchas noches.

En realidad, era un fruto prematuramente caído del árbol, una doncella núbil antes de tiempo; a los trece, cuando tocaba habaneras, tenía ya las coqueterías, los celos, los caprichos de la mujer, y ahora aquella flor rápida y precoz se había deshojado, y en vez de la lozanía seductora de la juventud, notábase en Josefina la tiesura y empaque de una señora formal y los remilgos de una lugareña.

En los aristocráticos lapasan, se bailan habaneras y rigodones, se cantan trozos de ... cualquier cosa, y se bebe vino de Europa en vaso: mientras que en los lapasan tradicionales, en los puros tagalos, se empina coquillo, se baila cumintang, se canta cutang-cutang, se bebe en tabo, se come lechón, y por todo mantel está el verde césped, por todo tenedor los cinco dedos, y por todo pan sendas pelotas de morisqueta.

Debajo de aquel nogal se están bailando habaneras... Mire usted, mire usted, señor Duque, la clásica danza de nuestra tierra; los hombres a un lado, las mujeres a otro. Con ese vaivén monótono están horas y horas cantando las antiguas baladas... Es un baile casto, no lo negará usted...

Pues bien, prima; las habaneras son unos preciosos lazzaronis femeninos, cubiertas de olán y de encajes cuyos zapatos de raso son adornos inútiles de los pequeñísimos miembros a que están destinados, puesto que jamás he visto a una habanera en pie. Cantan hablando como los ruiseñores, viven de azúcar como las abejas y fuman como las chimeneas de vapor.

Iluminóse la fachada de la imprenta con farolillos venecianos. Las bellas y regocijadas artesanas de Sarrió, cogieron, como siempre, la ocasión por los pelos para bailar habaneras y mazurcas sobre los duros guijarros de la calle.

Lo que hacía maravilloso efecto era oír, en los intervalos en que callaban las cantoras, unas malagueñas resonando en el otro extremo de la sala, mientras por su parte la estudiantina se consagraba a las habaneras, cual si la anarquía de los trajes se comunicase a las canciones.

A pesar de esto, en ciertos pasajes muy naturalistas en que imitaba una tempestad o las campanadas de incendios que da cada parroquia, le aplaudía mucho el público, y a última hora le pedían siempre habaneras.

Y allá en el fondo, sobre la mesa del maestro, la imagen de Cristo crucificado, ¡oh vilipendio! tapada con una cortina de seda, presidía aquellas habaneras voluptuosas y furibundas polkas. Era el sitio donde sin temor al agua ni al sol, los extranjeros podían ver y admirar en seductor ramillete a las yeung girls de Sarrió.

Varios canarios cantaban en sus jaulas walses y habaneras, y las cajas de música tocaban solas, así como los clarinetes y cornetines, que se movían á mismos sus llaves con gran destreza. Los violines también se las componían de un modo extraño para pulsarse á propios sus cuerdas, y las trompetas se soplaban unas á otras.