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El vehículo era un inmenso cajón: los de los días gordos estaban adornados con placas de carey. Por lo común las paredes de los ordinarios eran de nogal bruñido, ó de caoba, con finísimas incrustaciones de marfil ó metal blanco. En lo profundo de aquel antro se veía el nobilísimo perfil de algún prócer esclarecido, ó de alguna vieja esclarecidamente fea.

Es una de esas cabezas de mujeres meditativas y perversas en que el artista ha sabido poner toda el alma femenina contemporánea. Frente al pupitre, en sencillo marco de caoba, está una fotografía del autorretrato del Greco.

Al través de un arco con columnas, mal cerrado por un portier hecho de rico tapiz en el que figuraban un joven con casaca y peluca de rodillas delante de una joven con traje Pompadour, veíase un magnífico lecho de caoba con dosel. Así que llegaron a esta cámara, la dama se dejó caer con negligencia en una butaquita muy linda y volvió a decirle con sonrisa burlona: ¡Qué! ¿no te alegras de verme?

Por lo que hace a recibirlas de visita... eso, según y conforme dispusiese su marido; pero, ¿qué trabajo cuesta un saludo? A Ana le había de enseñar su casa. ¡Su casa! ¡Una casa como la de Sobrado, con sillería de damasco carmesí, consola de caoba, espejo de marco dorado, piano, reloj de sobremesa y tantas bujías encendidas!

De primera magnitud. Muy apreciada y de color encarnado, parecida á la caoba; la variedad blanca es más inferior; sus grandes dimensiones permiten sacar tablas para soleras que miden de 15 á 20 metros, siendo susceptible de adquirir un hermoso pulimento. Nato.

Estaba formado por aquellas encantadoras maderas estilo Luis XVI, cubiertas de terciopelo de Utrecht, camas, armarios y cómodas de caoba, adornadas con cobre dorado. Los tapices eran antiguas telas de Jouy, de colores amortiguados por el tiempo. El polvo del abandono cubría los muebles.

Pero transcurridas cuatro horas, un espectáculo extraordinario hizo salir a muchos de sus camarotes antes que de costumbre. Las señoras sudamericanas, vestidas de negro, con sombreros del mismo color y un velo ante los ojos, subían la escalinata de caoba con dirección a los salones, pasando entre los camareros agachados y en manga de camisa que fregoteaban peldaños y balaustres.

En el lado opuesto a la huerta, un espacio de las mismas dimensiones, y encerrado en las tapias del convento, contenía los molinos de aceite, cuyas vigas, de cincuenta pies de largo y cuatro de ancho, eran de caoba, y además las atahonas, los hornos, las caballerizas y los establos.

Debajo de la consola una guitarra, a cuyos sones, arrancados por las uñas de la Escribana mayor o de dos «chicos» que alternaban con ella en las noches de reunión, se bailaba; mucho lazo de colores y sendas tiras moldeadas, de latón amarillo, en los cortinajes de las alcobas; las historias, en litografías iluminadas, de Moisés y de Ricardo en Palestina, con marcos revestidos de papel dorado; los indispensables tapetes de gancho en los veladores del gabinete y de la sala, y hasta tres escupideras de caoba, con serrín sobre papel blanco, distribuidas en ambas piezas.

De la botica no hay que decir que sigue las leyes de su boticario: los mismos tarros de porcelana con los propios nombres en latín abreviado; la misma Virgen de las Mercedes, patrona especial del establecimiento, en su hornacina de caoba, encaramada en lo alto y principal de la estantería, es decir, en el Ojo, el «ojo» a que se endereza la pedrada del refrán; el mismo pildorero de castaño con sus enroñecidos trastes de hierro; el mismo cazo para los cocimientos, la misma tijera para cortar el baldés de los confortantes de siempre, y hasta el mismo papel emborronado, de planas, comprado a lance a los chicos de la escuela, para sus cucuruchos de píldoras y envolturas de medicamentos en polvo.