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Y al escribirle contuvo el ímpetu de las pasiones, calló sus esperanzas, moderó su gozo, expresó únicamente su gratitud. Ella le contestó. Le hablaba de su difunta hermana. ¿Qué otros recuerdos habrían podido en ningún momento reproducir en su memoria las palabras fraternales? «Ciertamente, he conocido a su hermana y su memoria me es grata.

Pero siguiendo siempre con la misma óptica: la lectura a disposición de todos al menor coste, mediante el uso de textos electrónicos gratuitos que se pudieran utilizar y reproducir sin límites. Y luego, la segunda etapa sería la digitalización de la imagen y del sonido, siguiendo una orientación similar.

La esclavina y las tiras de una capa bastaban para reproducir todas las escenas de la creación bíblica o de la Pasión de Jesús. El brocado y la seda desarrollaban la magnificencia de sus tejidos. Una capa era un jardín de encendidos claveles; otra, un arriate de rosas o de flores fantásticas de enroscados estambres y pétalos metálicos.

Pero de todo triunfaba aquel bendito. ¿Y cómo no, si sus manos parecía que no tocaban las cosas; si su vista era como la de un lince, y sus dedos debían de ser dedos del céfiro que acaricia las flores sin ajarlas?... ¡Qué diablo de hombre! Habría sido capaz de hacer un rosario de granos de arena, si se pone a ello, o de reproducir la catedral de Toledo en una cáscara de avellana.

No poseyendo El Alud una colección de caracteres griegos, el editor se vio obligado a reproducir los versos leucádeos en letra ordinaria romana, con grandísimo disgusto del coronel Roberto e inmensa alegría de Fiddletown, que aceptó el texto como una excelente imitación de choctaw, lengua india que se supuso familiar al coronel, como residente en los territorios salvajes.

Las escenas y momentos que Cristeta se complacía en evocar, no le venían a la memoria como delirio de imaginación viciosa obstinada en reproducir mentalmente lo que aun para el pensamiento debe ser pudoroso; eran reminiscencias espontáneas, dispersas e incompletas, rememoradas como versos sueltos de un poema leído en días venturosos. ¡Cuánto gozaba él sepultando las manos entre sus rizos de oro, y con qué delicia aspiraba la leve ráfaga de perfume que de ellos se escapaba!

Juana Parrado, según las relaciones coetáneas, no era una cualquiera como parece, pues, tenía nada menos que pacto con el demonio, á quien trataba con mucha llaneza, y me parece de verdadera curiosidad para conocer detalles de aquella individua y del suceso que la hizo célebre, reproducir estas líneas del manuscrito de fray José de Muñara, y que no dejan de ser donosas.

Cuando se halló, por fin, en la soledad del Scriptorium, tomó los pinceles con mano trémula y, sobre el estirado trozo de vitela, quiso reproducir una vez más las iluminaciones del misal del monasterio y del Libro de horas de la Reina de Francia; mas nada pudo lograr. Sus dibujos parecían los dibujos de un niño.

Sólo diré que ¡Día feliz! me agrada tanto como cualquiera de los más encomiados y cortos proverbios de Alfredo de Muset: como Un capricho, por ejemplo. Sobre ¡Día feliz!, lo mismo que sobre la novela Justa y Rufina, quiero yo tocar un punto en que ambas obras coinciden: la adulteración de la ortografía para reproducir gráficamente el modo de pronunciar de los andaluces.

Volvían ya sobre sus pasos por la zanja, siguiendo el canal y contemplando las luces del pueblo en la orilla opuesta, cuando de pronto sonó agudamente en el fresco aire de la noche un disparo de arma de fuego, que el eco se encargó de reproducir varias veces en torno de Red-Mountain, haciendo que los perros ladraran a lo lejos.