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El secretario cogió un librote, lo hojeó y dijo: Tenemos en el almacén un antiguo notario condenado á veinte años por haber arruinado un pueblo entero de provincia... Nos presta muy buenos servicios... Aquí, en el hospital, hay un médico condenado á perpetuidad por haber envenenado á su querida... Estuvo admirable, hace poco tiempo, cuando la epidemia de viruela: sin su abnegación, no cómo hubiéramos salido del paso... Yo no quiero que me cuide otro médico cuando esté malo... Y la familia del gobernador forma parte de su clientela...

Después todo aquello se transforma en una capilla oscura y sucia, donde huele a sudor y a cera. Un hombre y una mujer se arrodillan ante otro hombre que lee un librote, trazando con las manos en el aire figuras misteriosas: la mujer es Cristeta; pero la fisonomía y el aspecto de su acompañante carecen de rasgos definidos.

El cura desapareció un instante en su biblioteca y volvió con un gran librote que abrió por la página en cuestión. Se trata, señoras dijo, de la Princesa Isabel de Francia, hermana de San Luis.

Y como si tuviera mucha prisa, se despidió y repicó otra vez delicadamente sus botas por el pasillo. Salió entonces Narcisa de un escondite con su librote debajo del brazo y en la boca un surtidor de insolencias.

¿Y para qué sirve, me dirá otra especie de lectores, ese gran librote, esa especie de misal, tan rico y tan enorme, tan extranjero y tan raro? ¿De qué trata? Vamos allá.

Una lámpara de petróleo ilumina la estancia, donde hay mucho librote. El doctor SEELENF

Ese librote es, como el abanico, como la sombrilla, como la tarjeta, un mueble enteramente de uso de señora, y una elegante sin álbum sería ya en el día un cuerpo sin alma, un río sin agua, en una palabra, una especie de Manzanares.

Es una garantía. ¿El ser moreno es una garantía? dije dando una carcajada. ¡Ah! querida abuela... Y aprovechando la alegría que se leía en el semblante de la buena señora, cambié bruscamente de conversación. ¿Sabes dije, que las leyes, según este librote, se acordaban en otro tiempo con la religión para condenar el celibato?

Cuando todo el mundo estuvo servido, me escurrí hacia la biblioteca, me fui derecha al librote, ligeramente entreabierto por el espesor del paquete, tomé el sobre lacrado y, dando un suspiro de alivio, me le metí en el bolsillo con grandes precauciones para no romper algún sello de lacre. Levanté la cabeza y me encontré con Máximo, que me estaba mirando en silencio.

Las palabras eran insignificantes, pero la entonación era tan íntima, tan penetrante y tan dulce, que temí ser indiscreta y me escapé de allí. Y en mi precipitación por poco dejo caer al Marqués de Oreve, que se estaba paseando con un librote debajo del brazo y aspecto de preocupación.