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Un disgusto por causa sin importancia puede agrandarse hasta la tragedia. La intemperancia en las palabras, la ira, la cólera, un concepto envenenado, un gesto desdeñoso, pueden convertir una fruslería en odio ardiente, en sordo rencor, en desamor repentino, irreconciliable. Del amor al odio, aunque parezcan estados de ánimo antípodas, no hay más que un paso.

Así hacías llegar hasta mi oido la voz del desaliento envenenado, eco perpétuo en la conciencia mia; y yo triste, temblando, dolorido, escuchaba ese grito desgarrado, que el alma en mil pedazos me partia. Yo recordaba el tiempo venturoso en que todo en mi sér hallaba un eco, que avaro el corazon guardaba ansioso.

El secretario cogió un librote, lo hojeó y dijo: Tenemos en el almacén un antiguo notario condenado á veinte años por haber arruinado un pueblo entero de provincia... Nos presta muy buenos servicios... Aquí, en el hospital, hay un médico condenado á perpetuidad por haber envenenado á su querida... Estuvo admirable, hace poco tiempo, cuando la epidemia de viruela: sin su abnegación, no cómo hubiéramos salido del paso... Yo no quiero que me cuide otro médico cuando esté malo... Y la familia del gobernador forma parte de su clientela...

Vamos, esto no se puede sufrir. ¡Decir que le hemos envenenado el chocolate...! ¡Gusto a arsénico!... clavado... ¡pero tan clavado...! Levantose en actitud de desesperación y volvió a la inquietud delirante de sus paseos... «Tendré que dejarme morir de hambre... es horrible... Mi casa llena de enemigos. Las personas que más me querían antes, ahora desean mi muerte».

Entonces el señor Spronck impuso sus manos sobre su esposa y sobre su amigo; y después de haber reunido todas las fuerzas de su alma, les describió con acento conmovedor las adversidades que habían envenenado su juventud, el dolor de las pruebas a que había sido sometido y, sobre todo, el encarnizamiento de la funesta fatalidad que les había envuelto a ellos en su propio destino.

Al fin, envenenado hasta lo más íntimo de mi ser, preñado de torturas y fantasmas, convertido en un tembloroso despojo humano; sin sangre, sin vida miseria a que la cocaína prestaba diez veces por día radiante disfraz, para hundirme en seguida en un estupor cada vez más hondo, al fin un resto de dignidad me lanzó a un sanatorio, me entregué atado de pies y manos para la curación.

Ayer mi marido recibió otra carta de mi hermana que me ha llenado de inquietud. Dice que en dos días la enfermedad de nuestra madre se ha agravado seriamente. Temo un fatal desenlace. Esta triste confirmación ha venido en el preciso momento en que la señorita de Monceau y mis hijos iban a regalarme un ramillete. Tan infausta nueva ha envenenado el placer que semejante agasajo nos preparaba.

El piadoso rey Rayasinga, con la aprobación acaso o con la indulgencia al menos del gran sacerdote Sumangala, había destronado a un hermano suyo, que andaba forajido, y había envenenado a otro de sus hermanos, reinando así en lugar de los dos y dando unidad a su reino. Para darle también completa independencia y gloria combatía con frecuencia a los portugueses.

El recogimiento en la reflexión, el asiduo examen interior, el inveterado instinto y la obstinada necesidad de mirar dentro de mismo, lo habían envenenado. ¿Vuelve jamás la gota de agua a parecer líquida perla después de que el ojo armado de una lente ha visto dentro de ella un mundo horrible?

¡De acabar! ¡de acabar! ¿y qué ha de acabar? Esta agonía que me devora, esta muerte en vida. Dorotea, yo necesito saber lo que piensas hacer. ¿Qué? dijo Dorotea sonriendo tristemente ¡vengarme! ¡No, no le matarás! dijo el bufón ; ¡le amas demasiado! ¡no te atreverás! ¿Dónde está el dulce envenenado, Manuel? dijo Dorotea sin contestar á la observación del tío Manolillo.