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»He aquí mi mayor ambición de hoy; ambición que acaricio años ha, y que tus noticias y tu presencia han venido á provocar hasta el extremo de hacerme tomar una resolución invariable. Ahora bien: mientras olvido mis hábitos de mundo, mientras me aclimato á ese paraíso de tus valles, necesito tu compañía, un rincón en tu casa y un puesto en tu mesa; pero sin que en tu sistema de vida hagas la menor alteración, sin que mi presencia aumente un solo manjar á tus comidas. Con estas condiciones aceptaría tu hospitalidad. Para regalarme con el veneno de nuestras cocinas y con la vida muelle de estos gabinetes, me quedaría en la corte.

Apartámonos; y una noche, para confirmarlas más en mi riqueza, cerréme en mi aposento, que estaba dividido del suyo con sólo un tabique muy delgado, y sacando cincuenta escudos estuve contándolos en la mesa tantas veces que oyeron contar seis mil escudos. Fue esto de verme con tanto dinero de contado, para ellas, todo lo que yo podía desear, porque dieron en desvelarse para regalarme y servirme.

Ayer mi marido recibió otra carta de mi hermana que me ha llenado de inquietud. Dice que en dos días la enfermedad de nuestra madre se ha agravado seriamente. Temo un fatal desenlace. Esta triste confirmación ha venido en el preciso momento en que la señorita de Monceau y mis hijos iban a regalarme un ramillete. Tan infausta nueva ha envenenado el placer que semejante agasajo nos preparaba.

¡Por indicación tuya!... ¡pero no le digas que se trata de mi cumpleaños, porque lo pondrías en el compromiso de regalarme algo y no sea el diablo que me regalara... la «Pampita»! ¡No seas bárbaro!... Bueno: ¿voy? Como te parezca... lo que es por ... Convenido; ¿me hará preparar caballo, Baldomero? ¿Cómo no, señor, si usted dispone? ¿Y me acompañará Juancito?

Y bastó tal promesa para que, olvidando a los que dejaba a su espalda, volviese al amoroso tuteo. ¿De veras, mi viejo?... ¿Vas a regalarme un monito pequeño... así... así? y achicando la distancia entre ambas manos, se imaginaba un simio de inverosímil pequeñez . ¿No te parece mejor un loro de los que hablan?... ¿Dices que me regalarás las dos cosas?... ¡Ah, mi viejito rico... mi negro!

Que lo guardaré para la vista, que viandas ay q. fiambres se comen, y se conseruan con la pimienta. Esta la tiene. V. m. me ame como a consieruo y a serui.^or Suyo. Ant. Perez. A x de Março. Esta tenia escripta y despues he querido regalarme con mi S.^r Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 121. Colección Morel Fatio, núm.

Hermano, ¿si me dieses una de las plumas?... Piensa que siempre nos lo hemos partido todo, como si fuésemos de la misma madre. tienes tres plumas; ¿qué te cuesta regalarme una? Serás igualmente poderoso con dos. Basta una sola para que nadie pueda herirte.

Sólo , sólo , virgen del cielo, puedes reverdecer mi vida muerta; regalarme puedes el consuelo, y puedes alegrar mi triste duelo y restañar mi herida siempre abierta. ¡Oh! en está mi esperanza; no la mates; déjame acariciar mis ilusiones, y no me arranques ¡ay! no me arrebates la dicha que me anima en los combates y rompe de mi mal los eslabones.

Y en cambio usted contestó impúdicamente se ha regocijado de su vida. ¿Quién es el que se tomaba la molestia de traerme sus noticias? ¿Quién es el que venía todos los días a decirme en la cara: está mejor? ¿Quién es el que me obligaba a leer sus cartas y las del médico? Hace casi ocho meses que usted me estaba asesinando con su salud. ¡Qué menos que un cuarto de hora para regalarme con su muerte!