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Al sofrenar mi caballo, le di los buenos días, y no me contestó; pero creí no haber sido oído, y me disponía a bajar, cuando dirigiéndose hacia , me dijo textualmente: «Bajá, si querés que te cruce a lazazos». ¿Qué dices, Ricardo? Lo que oyes; llámalo a Juancito y te lo repetirá. El pobre muchacho se ha dado un susto mayúsculo. Cuando aquello, le pregunté: » ¿Por qué me dice eso, amigo?

¡Por indicación tuya!... ¡pero no le digas que se trata de mi cumpleaños, porque lo pondrías en el compromiso de regalarme algo y no sea el diablo que me regalara... la «Pampita»! ¡No seas bárbaro!... Bueno: ¿voy? Como te parezca... lo que es por ... Convenido; ¿me hará preparar caballo, Baldomero? ¿Cómo no, señor, si usted dispone? ¿Y me acompañará Juancito?

»Comprendí que iba a verme obligado a usar de mi revólver, y como Juancito me gritaba de lejos que siguiera, que me iba a comprometer, opté por aceptar su consejo y me alejé al galope, alcanzando a oírle juramentos y amenazas contra ti. ¿Por qué? ¿Qué ha pasadoQue doña Ramona lo ha dejado y se ha venido; pero, ¡qué animal!... No te decía yo, Melchor, que esto podría tener consecuencias.

¿Y no tienen algún caballo de «sobrepaso»? preguntó Lorenzo por compensar en algo la ignorancia evidenciada. Hay un petizo. ¡Fíjese!... ¿Quiere verlo? y volviéndose al muchacho que rasqueteaba al malacara dijo: Ché, Juancito, echá el «Risueño»... Está en el potrero de las coloradas. ¿Desde cuándo? Afloja una mano respondió el muchacho como si contestara a la pregunta.

»En ese momento, Juancito, que se había bajado ya, montó de un salto y acercándoseme, me dijo: «Vamos, don Ricardo, no le conteste»; pero yo le dije: «No me insulte, Anastasio, porque le puede costar caro». Al oír esto, se entró rápidamente y volvió a salir, poniéndose el cuchillo en la cintura y con un amador en la mano, diciéndome: » Caro me lo van a pagar ustedes y al mismo tiempo gritaba hacia el interior: ¡Enfréname el bayo!

Los dos jinetes sentían la honda emoción de una expectativa trascendental, temerosos de las consecuencias de una repentina resolución de los nobles brutos, y abrumados también por la actitud de intensa curiosidad con que eran observados por Baldomero, Hipólito, José, Águeda, el caballerizo, Juancito, los perros, las vacas y hasta las palomas que sobre los tirantes del techo inclinaban sus cabecitas como para mirarlos mejor.

Águeda, José, Juancito y los peones comentaban, en la cocina, lo que pasaba «adentro»; bajo el ombú grande estaba el break en cuyo estribo trasero se había sentado Lorenzo que tenía la cabeza apoyada entre las manos; en las gruesas raíces del ombú estaba sentado Hipólito y junto a él, que con un palito trazaba marcas de hacienda en el suelo, Ricardo de pie le consultaba sobre la hora de llegar al pueblo.

¡Por la futura del patrón!... gritaron en coro todos, cuando llegó Ramona que, tocando suavemente en el hombro a Melchor, le dijo: Se avista a don Ricardo que viene con Juancito y regresó a las piezas de la casa, no sin mirar despreciativamente a la rabia enrojecida que su patrón tenía al lado.

Así será, no hablemos más de esto; mira qué monada esa ratoncita... ¡allí!... ¿La ves?... bajo aquel clavel... ¿Sabes cuál es su nombre técnico? ¡Qué voy a saber! Troglodita. ¡Eso querría ser yo!... En ese momento se presentó en la puerta del cuarto Juancito, el pequeño peón de la caballeriza, y dijo: Buen día, don Melchor... ¿que si no van a ir?

¡, hombre!, te acompañará Juancito... y llevará el «tostado» ¡que es de «anca»!... por si hay que traer a la «Pampita». Te ha dado fuerte con la «Pampita»... ¡Más fuerte te ha dado a ti! ¿Y qué camino debemos tomar, Baldomero, para evitar un nuevo encuentro con Anastasio? Juancito le dirá, don Ricardo; pueden pasar por el campo de los Gómez, ¿sabe don Melchor? que no es una vuelta grande.