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En medio de la tropa, jinete en un caballo bayo, avanzaba muy erguido un oficial de edad provecta, peluca blanca y con un sombrero de picos con galón de oro, el cuerpo cruzado por una banda amarilla y el pecho cubierto de cintajos. Cuando dicho personaje alzaba la cabeza, el pico del sombrero, coronado por un penacho de plumas negras, hacía las veces de visera.

Por fin el espadero, después de decirle el nombre de algunos regidores, tocole el codo y exclamó: Este que viene agora es el Cardenal-Arzobispo, observe vuesamerced su venerable presencia. Sobre fornido corcel de pelo bayo, don Gaspar de Quiroga, Cardenal-Arzobispo de Toledo, Inquisidor General y Consejero de Estado, avanzaba con imponente rigidez, rodeado de pajes y alabarderos.

Un viaje ha de hacer agora muy lejos de aquí, y uno piensa el bayo, y otro el que le ensilla; el hombre pone, y Dios dispone; quizá pensará que va a Oñez, y dará en Gamboa. A esto respondió don Juan: En verdad, gitanica, que has acertado en muchas cosas de mi condición; pero en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me precio de decirla en todo acontecimiento.

El novel caballero calculaba que sus equilibrios se agotarían a los pocos minutos de aquella marcha, y cuando se disponía a disminuirla enérgicamente, advirtió con espanto que se aceleraba por obra del perrazo bayo que, como comprendiendo que el tostado no imponía respeto a nadie, se entretenía en morderle los garrones por burla...

Apolo desollando a un sátiro. Retrato ecuestre de Felipe IV. Un caballo. Otro bayo. Un jinete. Otro. Retrato de un príncipe. Retrato de Ochoa, portero de Palacio. Retrato de Cárdenas, el bufón toreador. Calabacillas, bufón. Velasquillo, bufón. Dos retratos. Catorce cabezas en ocho lienzos. Montería de lobos. Felipe IV cazando jabalíes. Una cornamenta de ciervo. Un pelícano y otros pájaros.

No insistió ya en sus objeciones y, después de hacer un ademán de aquiescencia, se volvió silenciosa a sus cacerolas... Al día siguiente, a las nueve de la mañana, Brunete, el pequeño caballo bayo, piafaba impaciente ante la puerta del Sol de Oro. Se habían colocado ya las maletas en la parte trasera de la charrette inglesa, en la que Delaberge tomó asiento al lado de Simón.

Créanlo o no, digo que todo lo que en esta obra es colorido, acento de época y dejo nacional, procede casi exclusivamente de los anuncios del Diario de Avisos. Para la ensambladura histórica tuve siempre a la vista la historia anónima de Fernando VII, que se atribuye a D. Estanislao de Koska Bayo, y para Zaragoza los Sitios de Alcaide Ibieca.

»En ese momento, Juancito, que se había bajado ya, montó de un salto y acercándoseme, me dijo: «Vamos, don Ricardo, no le conteste»; pero yo le dije: «No me insulte, Anastasio, porque le puede costar caro». Al oír esto, se entró rápidamente y volvió a salir, poniéndose el cuchillo en la cintura y con un amador en la mano, diciéndome: » Caro me lo van a pagar ustedes y al mismo tiempo gritaba hacia el interior: ¡Enfréname el bayo!

No he montado en mi vida un animal más noble y generoso que aquel bayo soberbio que mi amigo J. M. de Francisco tuvo la amabilidad de enviarme a la puerta de mi casa, aparejado a la orejón, como si dijéramos a la gaucha.

Delaberge se asomó a la ventana y vio ante el portal una charrette inglesa tirada por un pequeño caballo bayo, de vivos movimientos, junto al cual estaba el joven Simón. En aquel momento salió de la casa el Príncipe, lenta y majestuosamente, acompañado de la señora Miguelina.