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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Luego, en un sendero, agarró á un ciervo en mitad de su fuga veloz y lo subió á la altura de su pecho, colocándolo á corta distancia de Flimnap, de modo que el asustado animal, al mover la cabeza, casi le tocaba con las puntas de su cornamenta. El profesor cayó desmayado de miedo en el fondo del bolsillo, mientras el gigante volvía á inclinarse sobre la tierra para dejar al ciervo en libertad.

Suponed ese archipiélago de mil formas en contraste, rodeado, cortado por laberintos de mil direcciones y por innumerables lagos azules y dormidos; mil cascadas caprichosas que se precipitan sobre los valles de lo alto de rocas tajadas y estupendas, en brillantes remolinos entre cuyas espumas vagan las gasas tornasoladas del arco íris; rios saltadores ó de pérfida mansedumbre, de color gris al pié de los nevados y de un azul trasparente en las regiones bajas; bancos inmensos de hielo, ondulosos y resplandecientes de blancura, que parecen mares mediterráneos de cristal trepados sobre las montañas en momentos de grandes cataclismos, donde imperan el silencio, la soledad y la tristeza; vastas alfombras de verdura, frescas y matizadas de mil flores y tintas diversas, y en derredor barreras colosales de granito y caliza, en cuyas cimas se cierne el águila imperial ó saltan el ciervo de enorme cornamenta y el gamo fugitivo por encima de los abismos; barreras que encierran tantas hermosuras, escondiéndolas á la vista del viajero que no penetra hasta el fondo mismo del laberinto.

Perico Sosa, el rubiecillo travieso y flacuchín que quedara olvidado ante la pizarra, donde antes escribiera los ejemplos nègre, nègresse, tuvo entonces una ocurrencia diabólica, como todas las suyas... Dibujó con la tiza un busto de hombre con una gigantesca cornamenta de ciervo, escribiéndole debajo: «Monsieur Jaccotot, maestro de francés»... Y estornudó bien fuerte para llamar la atención de la clase, borrando luego la figura a fin de no ser descubierto...

Quería meterle a don Álvaro por los ojos, y después de la conversación de la tarde anterior con Mesía, no pensaba en otra cosa. Por la mañana había ido a casa de Quintanar, quien se paseaba por su despacho en mangas de camisa, con los tirantes bordados colgando: representaban, en colores vivos de seda fina, todos los accidentes de la caza de un ciervo fabuloso de cornamenta inverosímil.

Detrás de la mesa un sillón forrado de la misma tela que la silla que antes hemos visto, y detrás del sillón, y colgada de la pared, la cabeza disecada de un ciervo, sobre cuya profusa cornamenta descansa una linda escopeta de dos cañones, y debajo de la cabeza, y también colgados, un par de floretes, otro de caretas y un guante de esgrima.

Apolo desollando a un sátiro. Retrato ecuestre de Felipe IV. Un caballo. Otro bayo. Un jinete. Otro. Retrato de un príncipe. Retrato de Ochoa, portero de Palacio. Retrato de Cárdenas, el bufón toreador. Calabacillas, bufón. Velasquillo, bufón. Dos retratos. Catorce cabezas en ocho lienzos. Montería de lobos. Felipe IV cazando jabalíes. Una cornamenta de ciervo. Un pelícano y otros pájaros.

Tocóme por fortuna una luneta que dominaba precisamente el toril, que es la «capilla» de aquellos bandidos de las llanuras y las ásperas lomas, de gruesa cornamenta, poderosa nuca y contextura de fierro, condenados á sucumbir en un combate desigual y terrible.

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