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¡A cualquier cosa llamas hermosa!... ¡Mala puñalá te den rejoneá!... ¡Quitá allá desaborío! ¿No ves que se están riendo de ti?... Que me perdone Velázquez, pero en esta ocasión no ha dado pruebas de buen gusto. No cómo hay quien pueda decir que es hermosa una mujerota grande, grande, como una ballena; sosa, sosa, más que las calabazas.

La gracia de Perico Sosa hizo cambiar el burlesco llanto en homérica carcajada... Después, cada cual se puso a divertirse por su cuenta... Quienes jugaban a las damas en improvisados dameros, quienes conversaban fumando, quienes discutían, quienes tiraban bolillas de papel... Y, en tanto, monsieur Jaccotot seguía como una estatua, con la vista fija en el aire, acaso contemplando dolorosamente el pasado, el presente, el porvenir...

Del testimonio de D. Antonio de Sosa se deduce que Cervantes escribió versos en Argel. V. á Navarrete, pág. 56. Suárez de Figueroa, Plaza universal. Rojas, l. c. Cervantes, Prólogo á las com. y Viaje al Parnaso. Sirvan de prueba las líneas siguientes, que pueden ser aumentadas con nuevos datos: La gitanilla de Madrid sirvió á Montalbán y á Solís para componer dos piezas de igual nombre.

En las landas, detrás de los pinos, los simples y las hierbas un poco fuertes que huella usted, la prodigan su fragancia, no sosa y embriagadora como la que despide la peligrosa rosa, sino agradablemente amarga. Siéntese usted en medio é imítelos, abrigándose en ese suave repliegue que forma el terreno. ¿No se diría que nos encontramos á cien leguas del mar?

¡Pero, sosa, mala sombra! ¡Si ha sido sin intención; nada más que por jugar, para ver ese hociquillo tan mono que pones cuando te enfadas!... Ya sabes que soy tu hermano. Fermín y yo, la misma cosa. La muchacha parecía serenarse, pero sin perder su gesto hostil. Güeno; pues que el hermano se meta las manos donde le quepan.

Cuando años más tarde, dice a su amigo don Francisco Sosa que en el plan de sus relatos no entra por mucho el enredo, y que para él «la novela es historia», adivinamos que ha adoptado una idea de los Goncourt presentida ya en América por don Ricardo Palma.

Había casado muy joven con una niña de familia, sin belleza, sin voluntad y sin criterio propio, que veía por los ojos de su marido; tan tonta, sosa y descolorida, que era como cuerpo sin alma o lámpara sin aceite, precisamente el conjunto de cualidades que debía reunir una mujer, para poder desempeñar el pesadísimo cargo de esposa, ante Dios y los hombres, de don Aquiles Vargas.

Luego, soltándose Feli con inesperado tirón, se levantó y corrió alrededor de la mesa, perseguida por Isidro, que lo acosaba con rugidos de ogro. ¡Que te como, feísima!... ¡Que te devoro, sosa... desgalichá! Con tales intermedios, el arreglo de los muebles, a pesar de ser pocos, amenazaba prolongarse hasta bien entrada la noche. La colocación de la cama fue el asunto magno de la tarde.

, la religión verdadera se parecía en definitiva a sus ensueños de adolescente, a sus visiones del monte de Loreto más que a la sosa y estúpida disciplina que la habían enseñado como piedad seria y verdadera. ¡Y cuántas más lecciones le había prometido el Magistral para otro día! ¡Cuántas cosas nuevas iba a saber y a sentir! ¡Y qué dicha tener un alma hermana, hermana mayor, a quien poder hablar de tales asuntos, los más interesantes, los más altos sin duda!

Los días para la Regenta se deslizaban suavemente. El Magistral, su maestro, y don Víctor, su discípulo, eran los compañeros de su vida al parecer sosa, monótona, pero por dentro llena de emociones. Seguía encontrando en la oración mental delicias inefables.