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Aguirre, explicando en seguida las franquicias de su arte, acabó diciendo: Vuesa merced sabe, sin duda, que el oficio de espadero es hidalgo, y antes limpia que desluce la sangre, que sin eso no lo hubiera ejercido mi padre, ni yo mesmo; pues nuestra casa viene de muy antiguo y entronca allá por los tiempos del Rey Sabio, con los señores de Haro, que es como decir el primer linaje de España.

Los de agora no son autos, sino autillos contestó el espadero, agregando en seguida con melancólico semblante: ¡Ah cuán poco vividoras, señor hidalgo, las glorias de este mundo! Apenas vase poniendo la cereza escura y mollar como conviene, cata ahí el gusanillo.

A lo largo de la calle, la gente de las ventanas y balcones comenzaba a agitarse con extraño movimiento; los hombres se asomaban cuanto podían, las mujeres se santiguaban y persignaban a escape, levantando los ojos al cielo. Poco después todos los labios proferían una misma exclamación: ¡Los relajados! El espadero tuvo que acercar su boca al oído de Ramiro para decirle: Son los que han de morir.

Por fin, decidiose a confiar su cuita al espadero, y éste prometiole hablar por él al Conde de Fuensalida, para que le recibiese como paje de su cámara, Ramiro sabía harto bien que el entrar al servicio de un señor tan poderoso como aquél y de sangre tan insigne, antes acarreaba lustre que desdoro, y aceptó. Recibió la plaza de gentilhombre con el cargo de ayudar al repostero de plata.

No había para qué pensar, claro está, en un oficio mecánico ¡antes la muerte! y mucho menos en vivir de la bolsa de un menestral, como su amigo el espadero. ¿Qué hacer, qué hacer? Al cabo de mucho cavilar, sólo dos soluciones quedaron en pie.

Al advertir el gesto de asombro de Ramiro, el espadero exclamó: Estas son las efigies de los muertos y fugitivos las cuales serán agora condenadas en su lugar con celosa justicia.

Guerras honrosas, señor, eran las de antaño, cuando se ganaban reinos a punta de espada, repuso el espadero; pero no éstas en que todo se logra o se pierde por achaques de doblones. ¿Cree acaso vuesa merced que los tercios van agora a la guerra por la gloria o por hacer triunfar nuestra santa religión? Hoy día, como hago yo decir al soldado de un entremés, que ha poco compuse...

En ese instante la niña, levantando su rostro, exclamó con pasión: ¡Ah, Gonzalo, cuán dichosa me hacéis! Y tendió de nuevo su boca insaciada. Ramiro recibió de lleno el aletazo de la demencia. Todo su ser rechinó cual la hoja ígnea que el espadero sumerge de golpe en el agua.

Días después, al cruzar las Cuatro Calles en compañía de Domingo de Aguirre, poco antes del toque de oraciones, vio venir, a lo largo de la Calcetería, una vistosa procesión con mucho ruido de atabales y ministriles. Es el pregón del Santo Oficio que viene anunciando el auto de la fe exclamó el espadero. Si vuesa merced lo desea podemos aproximarnos.

El también tenía que exorcisar su corazón, borrar otras lascivias y perjurios, y abatir del todo la deshonrosa memoria que se levantaba como un peñasco entre Dios y su alma. Una tarde, sentado en un poyo del Zocodover, ligó Ramiro amistad con el viejo espadero Domingo de Aguirre. Era la hora de la siesta. Se hubiera dicho que la campanada de la una caía sobre Toledo cual hipnótico ensalmo.