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Actualizado: 28 de junio de 2025


En ese instante la niña, levantando su rostro, exclamó con pasión: ¡Ah, Gonzalo, cuán dichosa me hacéis! Y tendió de nuevo su boca insaciada. Ramiro recibió de lleno el aletazo de la demencia. Todo su ser rechinó cual la hoja ígnea que el espadero sumerge de golpe en el agua.

Pasó con precipitación sobre los recuerdos de este período de su existencia. Un conocido de su padre, viejo negociante de Viena, había sido el primero. Luego sintió el aletazo romántico, al que no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo.

Todos los días iba a rezar por su querida enferma y mientras se consumía lentamente el cirio ofrecido por ella, la joven sentía poco a poco amortiguarse su dolor y disiparse sus temores, ahuyentados como por un aletazo del pájaro místico de la esperanza, refugiado en el más pobre tabernáculo. ¡Hace tanta falta creer y esperar cuando se sufre!

Pero eras mozo y tenías mucho tiempo y mucha tierra por delante; yo viejo y con muy pocas fantasías en la cabeza, y no sobrado de calor en la masa de la sangre; los muchos años hicieron al cabo una de las suyas, y ayer mañana, como quien dice, una pizca de nada, un sorbo de leche más de los acostumbrados, el aire de una puerta, el aletazo de un mosquito, me acaldó en la cama.

Por una cornisa que forma la peña y que apenas se ve desde aquí. Por cierto que cuando llegué delante del agujero salió de repente el pájaro y me dió un aletazo en la cara que me hizo vacilar. Si te hubieras caído, adiós romerías, ¿verdad, Pedro? Iría á las romerías del cielo, que deben de ser mejores que éstas.

Y así un día y otro y otro, sin que la dureza de su fibra alcanzara a disfrazar siquiera los desalientos de su espíritu, llegó a un grado tal de abatimiento, que me alarmó, porque en un estado moral como el suyo, cualquier aletazo de su enfermedad era muy temible.

Son las águilas blancas que decoran sus picos con el ramo de oliva, las libérrimas águilas que con un aletazo desafían al trueno, pero que al presentir el deshielo constante de las nieves del Norte, abandonan los Andes por el nido que España les conserva caliente en la cumbre soberbia del natal Pirineo. Ha caido Cartago.

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