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»Y, entretanto, al aceptar las reflexiones de mi madre y el consejo de Pepe Guzmán, ¿no había suscrito yo, implícitamente, un contrato de deslealtades y perjurios por el resto de mi vida? Y la que estaba resuelta a lo más, ¿por qué se detenía ante lo menos?
Lo contrario sería perderse para esta vida y para la otra, pues el Señor no perdonaba semejantes perjurios. Entonces los malos espíritus emergieron como sirenas.
Ramiro, entonces, con voz amenazadora y más fuerte, repitió: ¡Por el amor de Dios, dadme un poco de pan! Pero el desconocido, sujetando apenas la mula, contestó secamente: Mejor sería ir a ganalle con vuestros brazos. ¿Pensáis acaso que esa roñosa pereza borra crímenes y perjurios?
El también tenía que exorcisar su corazón, borrar otras lascivias y perjurios, y abatir del todo la deshonrosa memoria que se levantaba como un peñasco entre Dios y su alma. Una tarde, sentado en un poyo del Zocodover, ligó Ramiro amistad con el viejo espadero Domingo de Aguirre. Era la hora de la siesta. Se hubiera dicho que la campanada de la una caía sobre Toledo cual hipnótico ensalmo.
Palabra del Dia
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