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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Lea la sigue más alegremente; es una muchachita de diez y ocho años, morena, como su madre; anuncia predisposición para la obesidad. Por ahora no es más que rechoncha, pequeñita, de buenas carnes y con unas pantorrillas que los señores se vuelven a contemplar cuando va por la calle. Lea se parece desagradablemente a su madre.

El parisiense se levantó, la mujer rechoncha y la niña nos despidieron hasta la puerta, coreando un saludo de doscientas ó trescientas gracias, unas detrás de otras. Las gracias son el género más barato de Paris. Vale menos que el aire, que el agua y que la luz. ¡Qué baratura de género!

Es una mujer de veinte y ocho á treinta años, baja, un tanto gruesa, lo que se llama rechoncha, y que no puede estar quieta un instante, como el gorrion que salta sin cesar cuando busca algun cebo á su pico. Esta mujer me suministra la idea exacta de lo que se llama en Andalucía un aire respingon.

Era un mundo de caricaturas de la lujuria, de gestos simiescos y estremecimientos satiríacos, en el que asomaba la pasión carnal con la mueca de la animalidad más grotesca. Mire usted, tío. Como gracioso, éste es el más notable. Y el Tato enseñaba a Gabriel la figurilla rechoncha de un fraile predicando con enormes orejas de burro.

Al cabo de un rato, apareció Sanjurjo, que cerró la puerta tras , y vino a sentarse con el mismo sosiego al lado de ellos, continuando su interrumpida conversación. Pero no se pasaron muchos minutos sin que de nuevo se abriese la puerta con ruido, apareciendo esta vez la persona rechoncha de don Pedro Miranda en estado igualmente de descomposición. ¡Don Víctor, don Víctor, entre usted!

Todo esto me lo dijo en su lengua pintoresca y armoniosa, suspendiendo su trabajo, arreglándose con la mano libre, blanquísima y rechoncha, los desordenados cabellos que le coronaban la frente, y sonriendo con la boca, con los ojos parlanchines y con los dos hoyuelos de sus carrillitos sonrosados.

En aquellas armaduras de caballeros los grandes brazos telegráficos, las pesadas piernas colgantes, causan la triste impresión de un ser descentralizado, impotente y vacilante, que un ligero choque bastaba á derribar. En el crustáceo, por el contrario, los apéndices están tan cercanos y unidos á la masa rechoncha, tupida, que el más pequeño golpe que asesta lleva el empuje de todo el cuerpo.

La condesa de Onís era dentro de su sexo un tipo tan estrafalario, por lo menos, como su hermano. Bajita, rechoncha, cara redonda y pálida con ojos negros y muertos, el cabello pegado a las sienes con goma de membrillo, vestida constantemente con el hábito morado del Nazareno. Vivía recluida en su palacio como una monja en el convento.

Palabra del Dia

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