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Actualizado: 28 de junio de 2025
El comercio de Paris, lo digo otra vez, es lo que la industria: fantasmagoría, aparato, altas novedades; es el zapato aéreo en otro sentido; palaustre tambien. Cuando esto no sucede, el comerciante parisiense se creerá autorizado para exigir el doble ó triple de lo que vale, porque la FANTASÍA, nombre que aquí quiere decir ingenio, invencion, maravilla, prodigio, no está sujeta á tarifa alguna.
Se llama M. de *, y pertenece a una conocida familia parisiense, ligada ya de antiguo con la mía. Cesarina posee una belleza deslumbradora, completamente italiana; muchos dicen que los rasgos de su fisonomía son los de una creación del pintor Rafael de Urbino, que se conoce por la Fornarina.
A tu lado pasaba el triunfo de la ciudad sirena, de Lutecia, la loca, sin una sonrisa de cariño para el divino poeta, que, con un humorismo que hiela los huesos, llamaba al hospital su palacio de invierno, del tremendo invierno parisiense. Quizá el genio sea la compensación de la miseria y de la desgracia, que ser feliz y artista no lo permite Dios,
Así decían los heridos, bastante fuertes para gritar, pero no para andar, viendo al señor Durand y a sus compañeros que se embarcaban en la canoa. Lo más probable es que no sea para hacernos tomar el aire para lo que nos envían aquí dijo un parisiense que tenía un brazo de menos y un balazo en la columna vertebral.
Algo me decía que aquella parisiense de la calle de Juan Jacobo, al caer en mi mesa tan repentinamente y tan temprano, iba a hacerme perder toda la mañana. No me había equivocado, como pueden juzgar ustedes mismos. Decía así: * «Amigo mío: Necesito que me hagas un favor.
Esa sociedad parisiense que ríe y se divierte sin cesar, y todo ese equilibrio europeo incapaz de alterarse por el más hondo dolor individual, me ponían colérico. Pero al fin hube de pensar: » ¿Qué puede importarle a ese mundo indiferente la muerte de mi pobre Magdalena? Todo se reduce a que haya en la tierra una mujer menos y en el Cielo un ángel más...
Esto no pasa de ser una broma, pero es una broma de un gusto enteramente parisiense. Pasan de quince ó veinte lienzos de pared en que hemos divisado, á una altura de quinto ó sexto piso, el anuncio de la Ville de Paris, calle de Montmartre, núm. 74. Es seguro que en tales avisos ha empleado un capital considerable.
Nos avinimos, pues, á purgar el delito de ser inconvenientes, y perdonamos sin pesadumbre aquel inocente conato de la cultura parisiense. Sobre esto dijimos algunas palabras mi mujer y yo, y los caballeros garçones que nos circuian estrechamente, formando en el espejo un grupo de cinco personas, una mesa y varios cubiertos, fallaron de propia autoridad que debiamos ser italianos.
El primer parisiense que tuvo el honor y el placer de rendir homenaje a la belleza de madama Scott y miss Percival, fue un pequeño pinche de quince años que se encontraba allí, vestido de blanco, con su canasta de mimbres en la cabeza, en momentos en que el cochero de madama Scott, molestado por tanto carruaje, salía con dificultad del patio de la estación.
Esa conversación mantenida en la penumbra, les iba acercando familiarmente y revestía de una mayor confianza y de una más completa intimidad su diálogo. La señora Liénard no parecía en lo más mínimo cohibida por la gravedad de su interlocutor y aun se extrañaba de encontrarse hablando tan llanamente con ese parisiense a quien desde tan pocas horas antes conocía.
Palabra del Dia
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