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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Estas razones no convencían a Barbarita, que seguía con toda el alma fija en los peligros y escollos de la Babilonia parisiense, porque había oído contar horrores de lo que allí pasaba. Como que estaba infestada la gran ciudad de unas mujeronas muy guapas y elegantes que al pronto parecían duquesas, vestidas con los más bonitos y los más nuevos arreos de la moda.
El lavar la cara, el disfrazarlo todo, el dar á todo un contorno exterior que agrade á los sentidos, la mogiganga parisiense, el inexorable palaustre, ha entrado aquí hasta en la cocina, como dije en otro lugar.
Tiene la candidez de la juventud, la gracia de una juventud bella, y la seduccion de una actriz. Pegada al mostrador hay una silla, y sentado en la silla hay un hombre, tipo perfectamente parisiense. Con perdon del francés y de mi compañera, digo y declaro que ella me gusta más que él.
El mundo está lleno de gente que no se ocupa en otra cosa, que esperan también que les llegue su turno, y que se ingenian en precipitar el desenlace. Uno de los más desdeñosos de la especie, era entonces el vizconde de Monthélin, muy conocido en la alta sociedad parisiense. M. de Monthélin amaba exclusivamente el amor, y con ello tenía ya un título para con las damas.
Estaba esperando hacía dos meses el momento de poner á Jacobo en los brazos de su madre y se prometía goces deliciosos. Con frecuencia decía á Tragomer: "¡Será una escena extraordinaria!" Después tuvo que confesar que él, Marenval, un perro viejo de la vida parisiense, gastado y escéptico, se había emocionado más de lo que esperaba y había llorado como un majadero.
Era más alta que él, de una esbeltez elegante y armoniosa. «Tiene el paso musical», decía Desnoyers al evocar su imagen. Y lo primero que admiró al volverla á ver fué el ritmo suelto, juguetón y gracioso con que marchaba por el jardín buscando nuevo asiento. Su rostro no era de trazos regulares, pero tenía una gracia picante: un verdadero rostro de parisiense.
La menos parisiense, la menos vienesa, la menos joven y la menos elegante de todas ellas, ha hecho más para identificarnos con Europa que todos los profesores que han venido aquí en viaje de propaganda. Y yo creo firmemente que sería cosa de pensionarlas o, por lo menos, de darles una condecoración.
Debe también decirse que la amoladora es extraordinariamente guapa... un verdadero bocado de cardenal, pizpireta, muy mona, bien formada y además tiene la piel muy blanca y los ojos de color de avellana que siempre miran a los hombres riéndose. ¡Si por casualidad, querido parisiense, llega usted alguna vez a pasar por Beaucaire!...
Olvidaba torpemente que una joven parisiense, esmeradamente educada, no dejaba seguramente de ser una mujer, pero que había dejado absolutamente de ser una bestia. Si vuelve a ser una salvaje, lo que no carece de ejemplos, es su marido quien la habrá impulsado. Desde los primeros días ya hubo en aquel joven menaje un ligero tinte de frialdad de una y otra parte.
De vez en cuando dirigía a su padre una seña de amistad con un ligero gesto que quería decir claramente: «¡Qué fastidioso es ver reír a los demás cuando no se sabe de qué se ríen!» ¡Cuánto le agradecía yo el que no comprendiese, y cómo me felicitaba por la ausencia de Luciana, que, más madura en la atmósfera parisiense, hubiera ciertamente comprendido!
Palabra del Dia
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