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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Se hacía necesario inventar cuanto antes otra cosa, porque los empresarios no se arriesgaban ya a contratar un espectáculo tan gastado, y ella no se decidía a abandonar su querido París... Mejor dicho, su marido o amigo, el lindo Raguet, era quien no le permitía abandonar a París. Este Raguet era un parisiense incurable.
Los pueblos que no tienen libertad de accion para darse una vida propia, se hacen noveleros y superficiales. Este hecho se nota en gran parte de la sociedad madrileña, dominada por un francesismo fútil, que la hace buscar con ahinco los objetos del arte parisiense, mas ó ménos exagerados ó fascinadores, en vez de proteger la inspiracion de los artistas nacionales.
Voy á reasumir en pocas palabras todo lo expuesto sobre la moralidad, sobre la tan cacareada moralidad del pueblo parisiense: Tal vez me hago insufrible á mis lectores; pero esto es una operacion de cirujía, y todos tenemos la obligacion de ser pacientes hasta donde podamos aguantar. Cuando, él lector no pueda más, tiene el recurso de quemar mi libro.
Tomaba él en serio este género de vida, y cuando tenía dinero, invitaba a sus amigos a tomar un bacalao en su hotel, dándose unos aires de hombre de mundo y pillín, con cierta imitación mala del desgaire parisiense que conocía por las novelas de Paul de Kock. Feliciana era de Valencia, y ponía muy bien el arroz; pero el servicio de la mesa y la mesa misma tenían que ver.
Sus restantes palabras no pudieron entenderse, y cinco minutos después estaba muerto. El parisiense había adivinado la verdad; es imposible dar cuenta de las maldiciones de que Kernok y demás cofrades fueron objeto. Un herido inglés, que conocía el francés, comunicó a sus compañeros el destino que les esperaba.
La mitad es debida al juego teatral de los espejos interiores; debida á la mágia parisiense. Aquí todo tiende á ser mágico; hasta la bota con que pisamos el lodo inmundo: la misma bota, el mismo zapato, la humildad aplicada al vestido del pié, lleva aquí detrás su cortejo, su galantería; au soulier galant.
Estas palabras dichas, retiróse discretamente Fabrice en el momento que comenzó a bailarse. Su creciente reputación le había abierto de par en par las puertas de los salones y de la alta sociedad parisiense; pero, como la mayor parte de aquellos que nacieron fuera de ese medio y a él llegaron tarde, sentía siempre en el mundo cierta cortedad, cierta inquietud que lo desconcertaba, disgustándolo.
Beatriz y la señora de Aymaret se hallaban demasiado mezcladas al movimiento parisiense para que no se les ofreciera la ocasión de verificar por sí mismas, ya en el Bosque, ora en el teatro, los desórdenes que con tanta imprudencia a la vista de todos desplegaba el marqués, y además la vizcondesa estaba en autos a estos respectos por su propio marido, consuetudinario comensal de las famosas citadas cenas, mientras que el portavoz para con Beatriz era Gustavo Calvat, a quien sus jocosidades de bohemio, aunque menospreciado, divertido, introducían en los teatros y en los cafés de periodistas donde ávidamente recogía los escándalos corrientes del París a la moda.
Un tal Ragasse, una de las malas cabezas del destacamento, hongo venenoso del lodo parisiense, de aspecto burlón, acento provocador y lenguaje de barrios bajos, acribillado de castigos hasta no saber qué hacer de ellos, y, por esto mismo, de una profunda indiferencia respecto del particular, causaba la desesperación de sus superiores y les producía serias inquietudes por su perniciosa influencia sobre sus camaradas.
A mi lado, por delante, hacia atrás, el grupo constante, eternamente reproducido, aquel grupo admirable de Gautier en su monografía del bourgeois parisiense, el padre, empeñoso y lleno de empuje, remolcando a su legítima con un brazo, mientras del otro pende el heredero cuyos pies tocan en el suela de tarde en tarde. La mamá arrastra otro como una fragata a un bote.
Palabra del Dia
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