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Así, apenas Kernok había terminado su singular y horrible invocación, que, herido por una idea súbita, por una idea de las alturas, quizás, exclamó rugiendo de alegría: ¡Las piastras!... ¡voto a tal! muchachos, ¡las piastras!... carguemos nuestras piezas hasta la boca: esa metralla vale tanto como la otra.

Diciendo esto, Kernok la empujó hacia la puerta... Pero Ivona, soltándose de las manos del pirata, repuso: ¿Vienes para insultar a los que te sirven? Calla, calla, o no sabrás nada de . Kernok se encogió de hombros con un aire de indiferencia y de incredulidad. En fin, ¿qué quieres?

En lugar de gobernar al SE. te dirigirás al NE. porque vamos a virar en redondo y a dirigirnos a Nantes o a Saint-Malo. El hecho es que Kernok había tratado de desviar al capitán difunto del tráfico de los negros, no por filantropía, ¡no!, sino por un motivo bastante más poderoso a los ojos de un hombre razonable.

Al menos dijo , toma este talismán; póntelo y protegerá tu vida durante el combate; su efecto es cierto; fue mi abuela quien me lo dio. Ese mágico talismán es más fuerte que el destino... Créeme, póntelo. Y ella tendía a Kernok un saquito suspendido de un cordón negro. ¡Atrás esa loca! dijo Kernok encogiéndose de hombros ; ¿me has oído, Zeli? ¡a la cala!

¡Y bien! ¡o vienen balas, o somos hundidos como perros! gritó Kernok al maestro Durand tan pronto como le vio aparecer sobre el puente. ¡No queda ni una! dijo el doctor rechinando los dientes. ¡Que mil millones de rayos se lleven al brick! ¡y no tener nada, nada, para recibir a los ingleses que van a abordarnos! ¡Mira! ¡voto a tal! ¡mira!...

Si mueres, que sea por tu voluntad; pero al menos yo compartiré tu suerte. Ahora, nada, nada en el mundo protegerá mi vida; ¡vuelvo a ser mujer como eres hombre! exclamó Melia que arrojó el saquito al mar. ¡Excelente muchacha! dijo Kernok siguiéndola con la vista mientras que dos marineros la bajaban al sollado por medio de una silla atada a una larga cuerda.

Pero la elocuencia de Kernok no había quebrantado jamás la voluntad del capitán, porque él sabía perfectamente que los que abrazan tan noble profesión acaban tarde o temprano por balancearse al extremo de una verga; y el inexorable capitán había caído al mar por accidente.

¡La barra a babor! ¡la barra a babor! gritó de pronto Zeli con espanto. Inmediatamente la rueda del timón dio una vuelta rápida y El Gavilán se inclinó bruscamente. ¿Qué hay, pues? preguntó Kernok después que fue ejecutada la maniobra.

Entonces el cura dijo algunas oraciones, que fueron repetidas a coro por los asistentes arrodillados, y luego todos se retiraron. Sólo quedaron Durand y Grano de Sal. Y el sol había desaparecido hacía ya rato detrás de las montañas de Tregnier, mientras que los dos amigos aun continuaban sentados cerca de la tumba de Kernok, mudos y pensativos, con la cabeza oculta entre las manos.

Este se esquivó prontamente, juzgando que su capitán no estaba aún en una situación de espíritu bastante apacible para soportar pacientemente sus eternas contradicciones. Cálmese, Kernok dijo tímidamente Melia . ¿Cómo se encuentra usted ahora? Muy bien, muy bien. Estas dos horas de sueño han bastado para calmarme y desechar las ideas tontas que esa maldita bruja me había metido en la cabeza.