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Por supuesto, que no sopla con tanta violencia á la embocadura del Sena, á la sombra de los bosques de manzanos de Honfleur y de Trouville. Al partir el manso río, se desliza suavemente á la izquierda, trayendo el influjo de su carácter agradable y pacífico. Hase descrito en otro sitio de esta obra el mar vehemente, con terrible frecuencia, de Granville, Saint-Malo, Cancale.

El Dragón era de una Sociedad franco-holandesa para la trata de negros, que tenía sus principales accionistas en Amsterdam, Saint-Malô y Nantes. Esta Sociedad no firmaba mas que por sus iniciales: V.d.H., Z. y C.'ía. Comparado con los de hoy, aquel barco daria rísa.

A los diez y seis años hice un viaje no muy feliz a Terranova, de grumete. Casi todos los vascos que íbamos a la pesca del bacalao nos reuníamos en Saint-Malô; arrendábamos unas cuantas barcas y marchábamos a pescar a las islas de Saint-Pierre y Miquelon; pero los arrendadores nos daban goletas viejas sin condiciones marineras, llenas de agujeros tapados con estopa.

En lugar de gobernar al SE. te dirigirás al NE. porque vamos a virar en redondo y a dirigirnos a Nantes o a Saint-Malo. El hecho es que Kernok había tratado de desviar al capitán difunto del tráfico de los negros, no por filantropía, ¡no!, sino por un motivo bastante más poderoso a los ojos de un hombre razonable.

El capitán lo era, lo mismo que su camarilla o guardia negra, con quien se entendía en vascuence. Yo iba a formar parte de esta camarilla. No era raro, síno muy frecuente, que los armadores de barcos corsarios o negreros escogieran capitanes de puertos lejanos; así, los de Saint-Malô tomaban un capitán de Burdeos; los de aquí, uno del Havre o de Honfleur.

¿Acaso no siente la atracción de los otros globos? ¿Sus mareas sólo están regidas por la luna y el sol? Todos los sabios así lo decían, esto es lo que creían todos los marinos. Se estaba atenido á los incompletísimos resultados de La Place. De ahí errores terribles que se trocaban en naufragios. Con respecto á los peligrosos escollos de Saint-Malo había una equivocación de dieciocho pies.

El recuerdo de aquellos promontorios negruzcos, del mar gris, de los pantanos fangosos, me horrorizaba. Pasé la noche en el campo, y a la mañana siguiente, al salir el sol, entré en el puerto de Wexford. Había una goleta que iba a Saint-Malô. Hablé con el capitán para que me llevara, y tuve que vencer su resistencia. Le di el dinero que tenía y prometí pagarle más al llegar a Francia.

En el viaje que yo fuí de grumete naufragaron una porción de barcos, y más de cincuenta hombres de aquella costa se ahogaron. No había para porvenir de ninguna clase en el país; no tenía dinero, y antes de que viniese la odiosa quinta, decidí ir a Brest o a Saint-Malô, con intención de pasar a Inglaterra y embarcarme para América.

Yo le convencí de que era un absurdo. El hombre, que no tenía las ideas muy claras, hizo lo que le decía, y llegamos a Saint-Malô. Inmediatamente escribí a Ana Sandow contándole lo ocurrido después de salir de su casa e interesándole por el pobre Allen.

Algunos conocían la lengua española por haber navegado en bricks de Saint-Malo y Saint-Nazaire, yendo á los puertos de Argentina, Chile y Perú. Los que no podían entender las palabras del cocinero las adivinaban á través de sus gesticulaciones.