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¿No ha hecho usted prevenir a Max Platel que hoy nos reuníamos aquí, por la tarde, María Teresa? preguntó con aire ansioso la linda Mabel d'Ornay.

Poco después entrábamos bajo la sombra azulada de los grandes árboles y muchas veces estaba ya cerrada la noche cuando echábamos pie a tierra en el patio de Trembles. Por la noche nos reuníamos nuevamente en un gran salón provisto de antiguos muebles; un ancho reloj señalaba la hora, y tan vibrante era su sonería que alcanzaba a ser oída hasta de las habitaciones altas.

Por la noche, después de la cena, nos reuníamos en la sala. La señora se recogía temprano para cuidar del corcovadito, siempre delicado y enfermo; don Carlos jugaba ajedrez con alguno de los empleados, y Gabriela tejía o leía y revisaba sus periódicos de modas. Entre tanto recorría yo los papeles de Villaverde y los diarios de la capital.

Ya no nos reuníamos en el salón; se velaba bajo los árboles del jardín del señor D'Orsel o en pleno campo sobre los linderos de los prados húmedos. Muchas veces daba yo el brazo a Magdalena durante las lentas caminatas realizadas en grupo. Las personas mayores nos seguían. Llegaba la noche y hacía descender sobre nosotros el silencio, en aquellas horas en que se habla menos y en voz muy baja.

Por la noche, a la hora en que nos reuníamos en la sala, permanecía yo lejos de Gabriela, hojeando los periódicos; hasta que al fin, comprendiendo ella que algo grave me tenía pensativo y cabizbajo, me dijo cariñosamente, como una hermana que trata de consolar al pequeñuelo preferido. Vamos, Rodolfo... ¿qué tiene usted? ¿Enojos de Linilla? A fin de semana recibí una carta de tía Pepa.

»Ambos le lloramos, y en las calles de árboles del parque donde solíamos sentarnos los tres en tiempos más felices, colocamos unas piedras en forma de monumento fúnebre, misterioso como su suerte; no inscribimos nombre alguno, ninguna inscripción; y junto a esta tumba sin despojos, pero animada por nuestros recuerdos, nos reuníamos todas las tardes para hablar de él, para rogar por él y pedir a la Providencia que pusiese fin a nuestro dolor y a su ausencia.

A los diez y seis años hice un viaje no muy feliz a Terranova, de grumete. Casi todos los vascos que íbamos a la pesca del bacalao nos reuníamos en Saint-Malô; arrendábamos unas cuantas barcas y marchábamos a pescar a las islas de Saint-Pierre y Miquelon; pero los arrendadores nos daban goletas viejas sin condiciones marineras, llenas de agujeros tapados con estopa.