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Otra cosa que le gustaba muchísimo era almorzar en los restaurantes. Eso de entrar cada día en sitio distinto, sentarnos a una mesa entre otra porción de ellas ocupadas, quitarse el sombrero y los guantes y hacer con gran detenimiento la elección de los platos entre los más apetitosos de la lista, constituía para ella un placer muy vivo.

Usted me dirá... ¿qué susto es ése? ¡El que yo tengo! debió responder Mario, pero no lo dijo. Limitose a llevarse la mano a la boca para toser, sin gana por supuesto, y profirió con trabajo: Si a usted le parece, podemos sentarnos. Con mucho gusto. Nada nos darán por estar de pie. D.ª Carolina aparentaba indecisión y sorpresa que no sentía.

Hubimos de sentarnos de medio lado, como quien va á arrimar el hombro á la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre con la más fraternal inteligencia del mundo.

Hice seña de que sin decir nada y me oprimí el pecho con las dos manos; en seguida, cuando él lo notó, las dejé caer, pero retrocedí tres pasos tambaleándome y fue un milagro si conseguí mantenerme en pie. Inquieto, él se me acercó. Estoy cansada dije, esforzándome por sonreír. Ven, vamos a sentarnos, la noche es larga.

Un resfriado, en concepto del doctor, y nada más. Sin embargo, no estaba yo tranquilo. Trabajamos en el escritorio hasta las ocho de la noche, y al sentarnos a la mesa, me dijo don Carlos: Mañana, después de misa, escribirá usted esas cartas, y por la tarde haremos la liquidación esa. Quiere Gabriela unos papeles de música. Me dice que están en el piano; recójalos usted y mándeselos.

Nos volvemos desconsolados, y cuando hablaba todavía con mi mujer acerca de lo que podria suceder á nuestro buen amigo, me doy de cara con una persona muy allegada al Viejo Lesperut. El sujeto en cuestion nos dió noticias de él, y convinimos en que esta noche nos veriamos en el paseo del Palacio Real, cerca de una glorieta donde soliamos sentarnos.

Encerráronse allá los dos; y mientras andábamos en la salona los de siempre, de aquí para allí y en derredor del brasero, sin saber qué decirnos ni en qué sitio ni para qué detenernos ni sentarnos, oía yo cómo iban pasando desde la escalera gentes y más gentes hacia la cocina, donde continuaba el gigante consternadón y arrimado a la lumbre, pero con muchas ganas de cenar.

Hubimos de sentarnos de medio lado, como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre , con la más fraternal inteligencia del mundo.

A todo esto eran las tres de la tarde, y el tren para Madrid salía á las cinco. ¡Demasiado sabíamos lo mucho que nos quedaba que ver!..... Salamanca encerraba todavía iglesias, palacios, colegios, casas históricas y otros monumentos, para cuyo examen se requería por lo menos una semana de continuo andar..... Pero no podíamos disponer de más tiempo, y, además, estábamos tan rendidos, que teníamos que sentarnos á descansar en los trancos de las puertas, con gran asombro de los transeuntes..... ¡Habíamos andado tantísimo en dos días escasos!.....

Al día siguiente comía en casa de mi tía Medea con don Benito y mi tío Ramón. Hacíamos la crónica del baile antes de sentarnos a comer, pero, al ocupar nuestros asientos, la conversación varió de tema. Mi tía había tenido aquel día una furibunda reyerta en su Sociedad Filantrópica a propósito de no qué bazar en que sus colegas se habían permitido prescindir absolutamente de ella.