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Estéban Lesperut, así se llama, toca ese grado de lucidez interior, en que el hombre toma la costumbre de amar el pensamiento de la muerte, como si se tratara del último misterio que su destino le ordena descifrar; en que el hombre se ofrece á nuestra fantasía de un modo semejante á la idea de silencio, de espíritu, de historia, de inmortalidad casi, en que el hombre es el canto del tiempo, colocado entre el mundo y Dios, como una estátua está colocada entre el genio de un artífice y los ojos del que la mira.

¡No hay que hacer de la vida un convidado de piedra, porque á lo mejor habla la sombra de D. Gonzalo! Mi mujer y yo hemos tenido un pesar grave. Á través de la más delicada reserva, entre palabras de consuelo con que el buen Lesperut se anima, hemos penetrado que su hijo Hipólito le ocasiona sinsabores profundos.

Hemos comido en el restaurant de Santa Teresa, en donde despedimos al cochero; luego hemos paseado por el jardin del palacio Real, nos sentamos durante hora y media, haciendo tertulia al venerable Lesperut, y volvemos á casa despues de las once. ¿Qué hará Luisa? dijo mi compañera, al entrar en la calle de Buenavista. Acordarse del estudiante de Estrasburgo, contesté yo.

Terminado por fin aquel banquete de familia, Lesperut se empeñó en llevamos al café que da vista al paseo del Palacio Real. Yo abrigaba el mismo proyecto, pero no tuve títulos para disputarle el derecho de agasajarnos. Estaba en su país, en su casa: él era el patron.

Aquel hombre parecia vivir en aquellos instantes con una doble vida. En Lesperut hemos encontrado un compatriota, un verdadero amigo, un padre. Nos ama como ama el recuerdo de su juventud, de sus proezas, de sus glorias. Ama á los españoles como ama la memoria de su primer emperador. Cuando habla de estos sucesos, habla y llora.

Nos volvemos desconsolados, y cuando hablaba todavía con mi mujer acerca de lo que podria suceder á nuestro buen amigo, me doy de cara con una persona muy allegada al Viejo Lesperut. El sujeto en cuestion nos dió noticias de él, y convinimos en que esta noche nos veriamos en el paseo del Palacio Real, cerca de una glorieta donde soliamos sentarnos.

Lesperut creia á no dudar que en aquel instante le acompañaba la administradora de correos, á quien ama con gran ternura, y no habia motivo para desencantarle de aquella ilusion virtuosa.

Lesperut. Anatomía de la vejez. Restaurant de la calle de Montesquieu. Elemento sajon. Elemento árabe. Restaurant de San Jacobo. Historia de un magnate francés. Pesares de Lesperut. Proyecto de visitar á Sevres y Versalles. Lo primero que hemos hecho al despertamos, ha sido hablar del viejo Lesperut. Su memoria nos preocupa extraordinariamente.

Con estos asaltos, y con la recogida del CRISTIANISMO Y DEL PROGRESO, vive Dios que no dejaré de echar luz. La persona allegada á Lesperut partió, y nosotros seguimos por la calle de Rívoli, á coger la Plaza de Vendome. ¿Cuánto te ha pedido? me pregunta con grande y justa sorpresa mi mujer. Nada, contestó inmediatamente. No me hables sobre el particular.

Comida compuesta de tres sopas, de tres platos de carne, de tres legumbres y de tres postres, á franco y medio por persona. Muñecas que hablan. Aleluyas. Almuerzo. Estéban Lesperut. Comida. Soberbia de mi mujer. Café cantante titulado la Francia Musical. Teatro de la Gran Opera. Opera francesa. Zarzuela española. Harem europeo.