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Actualizado: 23 de junio de 2025


Y frotó el vidrio del anteojo como para asegurarse de que veía claramente y de que ninguna ilusión de óptica le engañaba. No, no se engañaba... Apenas este torrente de maldiciones y de juramentos hubo salido de su boca, Kernok se armó de un espeque. Un espeque es un palo de madera de unos cinco o seis pies de longitud y de cuatro pulgadas de circunferencia.

Figúrate , muchacho, que vienen a decirme: «Señor Durand, se siente olor de quemado en casa del señor Kernok; ¡pero de una chamusquina más raraEran las ocho de la mañana y nadie se atrevía a entrar en su habitación; ¡son tan bestias! Me decido yo a entrar, muchacho, y... ¡Ah! ¡Dios mío! échame de beber, porque me pongo malo cada vez que lo recuerdo.

Mira, Zeli, mira, ya tiene su mastelero de foques destrozado: esto promete, muchachos, esto promete; pero es cuando El Gavilán le arañe sus costados con los garfios de abordaje, cuando reirá el inglés. ¡Hurra, hurra! gritó la tripulación. La corbeta no respondió al disparo de Kernok, reparó prontamente sus averías, y se dejó ir sobre el corsario.

En fin terminó Kernok , esto será así porque yo lo quiero; ¿está claro? Y al primero que abra la boca se la cerraré yo; ya sabéis que acostumbro cumplir lo que prometo. Conque, en marcha, muchachos.

Desde aquel día el negrero predijo a su protegido el más alto destino. ¡Dios sabe si se cumplió esta predicción! Al cabo de algunos años, una tarde que singlaba hacia la costa de África, el digno capitán de Kernok, que había bebido un poco más que de costumbre, estaba del más jovial humor.

El maestro Durand fue a cumplir las órdenes del capitán, murmurando: ¿Qué querrá hacer? Es raro... ¡Aquí, grumete! gritó Kernok a Grano de Sal que estaba enjugando con aire de tristeza el reloj que le había legado el maestro Zeli, porque estaba cubierto de sangre. El marmitón levantó la cabeza; las lágrimas brillaban en sus ojos. Avanzó hacia el terrible capitán, pero sin el menor temor.

Sus restantes palabras no pudieron entenderse, y cinco minutos después estaba muerto. El parisiense había adivinado la verdad; es imposible dar cuenta de las maldiciones de que Kernok y demás cofrades fueron objeto. Un herido inglés, que conocía el francés, comunicó a sus compañeros el destino que les esperaba.

Todo está dispuesto dijo Zeli ; cuando el segundo cohete parta, capitán, es que la mecha... Está bien dijo Kernok interrumpiéndole . Muchachos, os he prometido una sorpresa si os portabais bien. Vuestro juicio y vuestra moderación han excedido a lo que yo esperaba; voy, pues, a recompensaros.

Prov. bretón. Era él, era Kernok el que llamaba a la puerta. He aquí un bravo y digno compañero. Juzgad, si no. Había nacido en Plougasnou; a los quince años se escapó de casa de su padre y se embarcó en un barco negrero, comenzando allí su educación marítima.

Entró, se quitó su capote impermeable que chorreaba agua, lo extendió cerca de la lumbre, sacudió su ancho sombrero de cuero barnizado, y se dejó caer sobre una silla vieja. Kernok podría tener treinta años; su ancha cintura y busto cuadrado que anunciaba un vigor atlético, sus facciones bronceadas, su negra cabellera, sus espesas patillas, le daban un aire duro y salvaje.

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