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Actualizado: 23 de junio de 2025


Provenía de una cuchillada que el pirata le había dado en un arrebato de celos. Y como hay que juzgar siempre la fuerza del amor por la violencia de los celos, se comprende que Melia debía pasar unos días de ensueño al lado de su dulce dueño. Bajaron los dos juntos. Al entrar en la cámara, Kernok se arrojó sobre un sillón y ocultó la cabeza entre las manos, como para escapar a una visión funesta.

Grano de Sal, que había bajado los ojos al comenzar su narración, no pudiendo sostener la mirada chispeante de Kernok, se aventuró a levantar la cabeza.

Este discurso, y la palabra señor sobre todo, fueron pronunciados con un aire tan evidentemente burlón, que fue preciso la vista de una bolsa bien repleta y el respeto que inspiraban los anchos hombros y el bastón herrado de Kernok, para impedir que la digna pareja no estallase en una cólera demasiado largo tiempo contenida. Y no es añadió el corsario que yo crea en vuestras brujerías.

Y el segundo escribió en su carnet: Lescoët, 20 ch. y 8 de c., con tanta indiferencia como un comerciante que anotase el vencimiento de una letra. Kernok entonces se subió sobre un banco, dejó la bocina cerca de él y habló en estos términos: Muchachos, vamos a hacernos de nuevo a la mar.

Aquí Kernok añadió un epíteto que nosotros nos abstenemos de repetir, pero que terminó de una manera pintoresca la oración fúnebre del difunto. ¡Oh! ¡Kernok era lacónico! Después, dirigiéndose al piloto, añadió: El mando del buque me pertenece, como segundo de a bordo; de modo que vas a cambiar de ruta.

«¡Ay! hermanos míos continuó el cura , ese antiguo negociante, el digno Kernok, era también un cordero alejado del redil. Ese cordero se encontraba también en países lejanos... y la Providencia le tomó por la mano.» ¡Por la pata! dijo el viejo Durand. ¡Mire que comparar al capitán a un cordero! dijo Grano de Sal poniéndose la gorra delante de la cara. Sin embargo, el predicador continuó: *

Pues, ¿y en la procesión, señor Durand? cuando presumía con su cirio, que quería llevar siempre como una espada, a pesar de las lecciones del monaguillo... Pero lo que desolaba sobre todo al señor cura es que el capitán Kernok mascaba tanto, que durante la misa escupía sobre todo el mundo.

Mientras que Kernok expresaba tan libremente su escepticismo, la vieja había estudiado las líneas que cruzaban la palma de su mano. Entonces fijó sobre él sus ojos grises y penetrantes, después aproximó su dedo descarnado a la frente de Kernok, que se estremeció sintiendo la uña de la bruja pasearse sobre las arrugas que se dibujaban entre sus cejas.

Acaba con tus monerías, viejo cuervo dijo Kernok cuando hubo acabado de reír , y llévame a tu nido. Señor, no entiendo respondió temblando el desgraciado capitán. ¡Ah! es verdad dijo Kernok ; no entiendes el francés. Y como Kernok poseía de todas las lenguas vivientes justamente aquello que se relacionaba y era necesario a su profesión, repuso socarronamente: El dinero, compadre.

El puñal cayó a los pies de Kernok; se pasó la mano por su frente ardiente y se apretó las sienes con tal fuerza, que la huella de sus señas quedó impresa en ellas. Apenas si se sostenía y tuvo que apoyarse contra el muro.

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