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Bebió ésta, bebieron sus hijos; y como al llegar á la mitad del corro faltase líquido, la escanciadora se retiró al centro de la sala, y exclamó en el tonillo de rigor: Á rial, para los dolientes. ¡Para un rayo que te parta! gritó la mujer que antes había reñido con ella. ¿Adonde se han dío dos azumbres de aguardiente que debía haber en la jarra?

Telva partía ya, refunfuñando. Telva, no te vayas, no me dejes sola. Tengo miedo. Después de una pausa: Vete, , Telva; vete. Sacaré fuerzas de flaqueza.... No te vayas. Tengo miedo, tengo miedo.... Bueno, ¿qué hago? Como no me parta en dos. Felicita se echó a llorar. Yo qué , yo qué . Párteme en dos a ; deja una parte muerta aquí, y lleva la parte viva contigo.

Disipado el humo, tornaron a ver a don César cargando tranquilamente su arma. Al dispararla, gritó otra vez con más fuerza: ¡Viva Carlos Séptimo! ¡Mal rayo te parta, viejo zorro, me has destrozado un brazo! exclamó el sargento Alcaraz llevando la mano a la herida. ¡Segunda fila, apunten, fuego! dijo el teniente. Tampoco se consiguió nada. Don César disparó de nuevo, gritando: ¡Viva la religión!

Guardad esos fieros para las mujeres y para los rapaces, que a no se me asusta con ellos. ¡Sacrílegos! Vendrá Don Juan Manuel y os arrojará de esta casa que estáis profanando con vuestras concupiscencias. ¡Un rayo me parta! ¡Me da el corazón que hoy ceno lengua de clérigo! DON FARRUQUI

Si me atreviera á dar mi opinión, diría: «Que parta solaLa partida en compañía, divertida y agradable al principio, suele tener consecuencias bien distintas. La ociosidad de los baños produce con harta frecuencia resultados imprevistos que hay que lamentar toda la vida.

A veinte y dos reales, ni un cuarto menos». «Pero déjela ver... ¡ay qué hombre! ¿Cree que me voy a comer la pieza?»... «A veinte y dos realetes». «¡Ande y que lo parta un rayo!». «Que te parta a ti, mal criada, respondona, tarasca...». Era muy fino con las señoras de alto copete. Su afabilidad tenía tonos como este: «¿La cúbica? que la hay. ¿Ve usted la pieza allá arriba?

No tengo más que una camisa, que Nicanora, naturalmente, me lava ciertas y determinadas noches mientras duermo, para ponérmela por la mañana... pero no me importa. Anden mis niños abrigados, y a que me parta una pulmonía. Yo no tengo niños dijo la dama con tanta pena como el otro al decir «no tengo camisa». Maravillábase Jacinta de lo muy razonable que estaba el corredor de obras.

»Carlos palideció; yo me apresuré a decirle: »Y aun entonces, a usted le tocará preguntar y a obedecer. Parta usted, pues que es necesario, y si me ama, vuélvame pronto la dicha que se lleva privándome de su presencia.

No, no, esto no puede continuar. Hace demasiado tiempo que dejo turbar mi tranquilidad en beneficio de una ingrata. ¡Es preciso que parta de Orsdael! Sorprendida y profundamente conmovida por estas palabras, Catalina inclinó la cabeza y escuchaba temblando. Quizá estaba absorbida en sus pensamientos y trataba de encontrar un medio de desviar el golpe fatal que amenazaba a su desgraciada amiga.

»Yo, entonces, me volví al mío y me puse a escribir a usted esta carta. ¿Cómo le parece a usted, Antoñita, que se las arreglará el doctor para que su misma hija me ordene que parta?» «Mi partida se ha fijado para dentro de seis días y la misma Magdalena ha sido quien me ha rogado que parta. No me había, pues, engañado el doctor al prevenírmelo así.