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Actualizado: 28 de junio de 2025


Tuviste la suerte de caer sobre una estúpida parisiense que te procuró una buena colocación con la esperanza de una pensión. La señora de la calle del Circo y su camarera te tienen por un inocente; se dice que tus señores te distinguen con su confianza.

El torbellino parisiense la había tomado desde su llegada, para no soltarla más. Ni una hora de alto ni descanso. Sentía la necesidad de entregarse a misma, a solas durante algunos días, por lo menos, de consultarse, interrogarse a su gusto en la plena tranquilidad y soledad del campo, pertenecerse, en fin, tener un momento suyo.

En Báden-Báden, como en las demas ciudades de la misma naturaleza, todas las seducciones del artificio y de la elegancia se unen á las de la topografía, la vegetacion, etc., para atesorar encantos que halaguen al viajero. Al penetrar bajo las bóvedas umbrías de las alamedas se cree uno en un inmenso bazar parisiense.

En efecto, poco sensible a las bellezas de la naturaleza, la indolente criolla, que no hubiera dado dos pasos para admirar el más maravilloso paisaje, no retrocedía ante media legua para ir a ahogarse en una sala de concierto escuchando a algún cantante parisiense mientras protestaba llena de convicción: Es por ti, hija mía, exclusivamente por ti.

Y por fin, porque las señoritas norteamericanas, perderían aquí un importante mercado... ¡Esta Marieta es asombrosa! ¿Por qué no escribes en la Vida Parisiense? Por no oscurecer á los redactores. ¡De modo que Sorege se casa? continuó Tragomer, que no quería que se extraviase la conversación. Eso se dice por ahí, hace algún tiempo. ¿Y con quién?

¡Pues bien! ¿para qué nos han enviado aquí, parisiense? preguntaron muchas voces con inquietud. ¿Para qué?... con objeto de que reventemos aquí, mientras ellos se reparten nuestra parte de presa. ¡Eso está muy mal hecho! Unicamente, si hubieran tenido un poco de corazón, habrían hecho un agujero en la cala para que nos hundiésemos... en lugar de dejarnos aquí para que nos devoremos como fieras.

Ha llegado usted a su casa, señor parisiense me gritó de repente el conductor de la diligencia, y con la fusta apuntaba a mi verde colina, con el molino clavado en la cúspide como una mariposa gigantesca. Bajé del vehículo apresuradamente. De paso junto al amolador, intenté mirar más abajo de su gorro, hubiese querido verlo antes de marcharme.

El digno Inglés roncaba aún con toda la energía de un opulento abdómen, y nuestros dos Franceses disputaban todavía con calor sobre sus proyectos de vida parisiense, cuando el tren se detuvo en el embarcadero de Dover. Todo el mundo corrió hacia el puerto, en solicitud del vapor-correo que debia conducirnos á Calais, al través del canal de la Mancha.

Pero ahora caigo en que esto no bastaba; era indispensable ponerse á la moda; era indispensable llamar la atencion con una cuquería de nuestros vecinos; era indispensable engalanarse con una palabra parisiense, como los payasos se visten de siete colores, para que les sigan los chiquillos, ó como se enjaeza un caballo, para venderlo bien en la feria.

Llamábale alternativamente brutandor o parisiense; el primer mote, como la palabra misma indica, porque le tenía por el mayor majadero que comía pan; el segundo, porque era muy pulcro, aficionado a vestir a la moda y a llevar esencias en el pañuelo. Aquella vaya continua, aquel martilleo, parecíale muy pesado a Miguel.

Palabra del Dia

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