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Actualizado: 22 de julio de 2025
»Conozco la nobleza y generosidad del corazón de usted, y sé que jamás se casará usted por mero cálculo; pero no soy tampoco tan irreflexivamente entusiasta que no entienda que, al dar paso tan importante como el de ligarse para siempre y formar una familia, no deban consultarse, pesarse y medirse las dificultades que ofrece la vida, y los recursos que hay para vencerlas.
Era, indudablemente, un hombre extraordinario el que llegó a producir en un pueblo, pequeño o grande, eso poco importa, fenómeno como el que acabo de indicar. Decíales a ustedes hace poco que había en realidad en su vida toda algo que indica que él se consideraba providencialmente destinado a semejante misión. Esa impresión, mucho tiempo después de muerto él, la recibí directamente por unos renglones suyos, y en la obra de menos importancia de todas aquellas que ha publicado el señor Gonzalo de Quesada, piadoso recolector de sus escritos; en una que se titula La Edad de Oro y que es un volumen que contiene los trabajos que insertara Martí en cuatro o cinco números, muy pocos, de una revista que publicó, dedicada a los niños, y de la que él era el director y el redactor casi único. En uno de esos artículos, que se encuentra al principio, el que se denomina «Tres Héroes», Martí habla a los niños, en sencillo lenguaje, de Bolívar, de Hidalgo y de San Martín; y refiriéndose al primero, escribe estas palabras que voy a permitirme leeros y en las que entiendo que hay incuestionable, inconscientemente, y en síntesis, un poco de autorretrato: «Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles: lo habían echado del país.
Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto.
Nos limitaremos ahora á sus obras dramáticas, que constituyen el objeto particular de nuestro estudio; las restantes de Lope, cuya indicación y análisis no es de este lugar, han sido ya mencionadas antes, á lo menos las principales; su número no es, en verdad, tan incierto, puesto que existen casi todas, y pueden consultarse en la edición de Sánchez, de veinte volúmenes en 4.º, fácil de adquirir.
Puede consultarse con provecho, aunque, á decir verdad, hay ciertas obras de poetas eminentes, como El Fausto, de Goëthe, y El mágico prodigioso, de Calderón; el Enrique VIII, de Shakespeare, y La cisma de Ingalaterra, de nuestro gran poeta, cuyo fondo, siendo el mismo, no son, sin embargo, comparables, por cuanto cada uno de ellos maneja los mismos materiales con distintos propósitos, bajo diversos puntos de vista, y adaptándolos, por consiguiente, á planes y formas sujetas á las dotes poéticas individuales, y, sobre todo, á las ideas dominantes en las épocas y en las naciones, en que cada uno escribe, que no sólo hacen imposible toda comparación entre ellas, sino, lo que es peor, la hacen inútil.
Respecto á estos metros, y á las ocasiones en que se empleaban más particularmente, expusimos nuestra opinión, que puede consultarse en las páginas 213 y 216 del tomo II de esta obra, y, sin embargo, conviene conocer más detenidamente el sistema seguido por nuestro poeta, en cuanto se separa del observado hasta él.
El torbellino parisiense la había tomado desde su llegada, para no soltarla más. Ni una hora de alto ni descanso. Sentía la necesidad de entregarse a sí misma, a solas durante algunos días, por lo menos, de consultarse, interrogarse a su gusto en la plena tranquilidad y soledad del campo, pertenecerse, en fin, tener un momento suyo.
Hemos hecho mención hasta ahora, ya prolija, ya ligeramente, de todas las comedias auténticas de Calderón; en cuanto á aquéllas, reputadas evidentemente por falsas, aunque lleven su nombre, ó sobre las cuales se abrigan dudas muy fundadas, así como respecto á los sainetes y loas, puede consultarse el apéndice, que ilustra esta parte de nuestra obra. Frankfurt auf der Mein, 1845.
Seguía repicando el tamboril, sonaba la flauta, tableteaban las enormes castañuelas, pero ninguna pareja se lanzaba al centro de la plaza. Los atlots parecían consultarse con indecisión, como si todos temiesen ser los primeros. Además, la inesperada presencia del señor mallorquín intimidaba a las vergonzosas muchachas. Jaime sintió que le tocaban en un codo.
Dimmesdale por los ministros más ancianos de Boston y por los dignatarios de su misma iglesia quienes, para emplear su propio lenguaje, le amonestaron acerca del pecado que cometía en rechazar el auxilio que la Providencia tan manifiestamente le presentaba. Los oyó en silencio y finalmente prometió consultarse con el médico. Si fuere la voluntad de Dios, dijo el Reverendo Sr.
Palabra del Dia
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