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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Eduardo generoso, Tercero de Ingalaterra, De las tres brillantes rosas, Luz, norte, amparo, defensa; , que en alas de la fama Siempre celebrado vuelas, Ocupando en tus memorias Voz, aplauso, trompa y lengua: Yo soy Estela infelice, Y de Salverich condesa, La conclusión es: Porque en poblado los hombres, Porque en el monte las fieras, Porque en el aire las aves, Cielo, sol, luna y estrellas.

»El Comendador mayor, que Antonio Pérez ha sido y es el que se sabe, y de ninguna prudencia y consejo, y que muchas veces se ha maravillado de que, tras tantos trabajos y en su edad, no se haya retirado á un rincón á hacer penitencia de sus pecados, y que agora que se halla desvalido y desfavorescido y desautorizado en Francia, mueve nuevas pláticas, y por ventura fingidas, para engañar y poder deservir mejor, como lo ha hecho siempre y se puede creer del acto que hizo de despedirse de aquel Rey, y en ese color quiso ir á Ingalaterra, donde no tenía que hacer; y pues no iba por cuenta y orden de V. M., se ha de creer que iba por la del Rey de Francia, como se verifica, pues cuando el de Ingalaterra no le dió entrada, se volvió á París y allí fué recibido; y habiéndole dejado de admitir en su reino el de Ingalaterra, por tener respecto á V. M., le podría dar mucho que pensar si agora le viese amparado de V. M., cuanto más que el quererle guardar para cosas de Francia para adelante, se dice como si Antonio Pérez no tuviese más años que el Rey de Francia, y por lo menos confiesan las cartas que de presente no es de ningún fruto, y en lo de adelante es muy dudoso todo lo que dél se puede esperar, aun cuando de su fidelidad se pudiera tener certeza, y lo que se debe tener está bien entendido; y entretenerle en çuiços de ninguna manera convendría, pues se ha negociado con ellos cuanto se ha deseado, y podría ser que allí hiciese, por lo menos, oficios por todos, y revolviese lo que está bien asentado.

No siempre lo peor es cierto. Gustos y disgustos son no más que imaginación. Dicha y desdicha del nombre. Manos blancas no ofenden. El escondido y la tapada. Cada uno para . La desdicha de la voz. Antes que todo es mi dama. Los tres afectos de amor. El pintor de su deshonra. No hay burlas con el amor. Dar tiempo al tiempo. ¡Fuego de Dios en el querer bien! La cisma de Ingalaterra.

Basta callar. La Sibila del Oriente. Primero soy yo. El secreto á voces. La desdicha de la voz. El pintor de su deshonra. La cisma de Ingalaterra. Los cabellos de Absalón. Las cadenas del demonio. Las armas de la hermosura. La señora y la criada. Nadie fie sus secretos. Céfalo y Proclis. El castillo de Lindabridis. San Francisco de Borja. Bien vengas, mal, si vienes solo.

Y si es mentira, también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Ingalaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo y le esperan en su reino por momentos.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

La noticia que doy de que Lope se casó con Isabel de Urbina, inmediatamente después de su vuelta de Inglaterra, se ve confirmada por la siguiente anécdota, por otra parte, insignificante, que cuenta en una carta sin fecha, porque no es posible suponer que, en caso contrario, refiriera de mismo lo que dice: «Quiero contarle á V. E. un cuento, y es, que llegando yo mozuelo á Lisboa quando la jornada de Ingalaterra se apasionó una cortesana de mis partes y yo la visité lo menos honestamente que pude.

Y, abriendo otro libro, vio que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo: -Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero.

Es un chico muy decente, y si tira a su padre... ya ve usted... Por supuesto que Carlota, por lo guapa y bonachona, merecía un infante de Ingalaterra... Pero, hijita, los tiempos no están para andar a escobazos con los hombres.

Que acaece estar uno peleando en las sierras de Armenia con algún endriago, o con algún fiero vestiglo, o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya a punto de muerte, y cuando no os me cato, asoma por acullá, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la noche se halla en su posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas.

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