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Vestido modestamente, nadie que no le conociese hubiera soñado ver en él al vencedor de tantas y tan grandes victorias, cuya fama llenaba el mundo. En su preocupado semblante se reflejaba en aquellos momentos una expresión de enojo. Á uno y otro lado del salón veíase triple fila de prelados y altos dignatarios de Aquitania, barones, caballeros y cortesanos.

Subiendo sobre ellos consiguieron dominar todo el ámbito del Zocodover, henchido de apretada y rumorosa muchedumbre. Hacia la parte del poniente, y bañado ahora por el sol de la mañana, se levantaba el inmenso y enlutado cadalso, que ocuparían en breve, según la costumbre, la Santa Inquisición, el Ayuntamiento, el Cabildo, la nobleza, los dignatarios y toda la clerecía.

Entre los rudos hombres de guerra y los elegantes caballeros resaltaban los hábitos negros de ciertos eclesiásticos con bigotes y barbillas, ostentando altos bonetes de borla. Unos eran dignatarios eclesiásticos de Malta, a juzgar por la insignia blanca que adornaba su pecho; otros, venerables inquisidores de Mallorca, según la leyenda que ensalzaba su celo en pro de la fe.

Hablaba el loco de sus caballerizas, de sus cotos de caza, de los grandes dignatarios de su Imperio, de sus ministros, de sus consejeros, de los intendentes de sus provincias, y nunca se equivocaba ni acerca de sus nombres ni acerca de sus méritos, pero se lamentaba amargamente de haber sido derrotado por la raza maldita; y la anciana comadre Sapiencia Coquelin, siempre que le oía quejarse con tal motivo, lloraba a lágrima viva, y otras mujeres también lloraban.

La más antigua, de que tenemos noticia, se organizó en la casa de Hernán Cortés, y fué presidida por él . Las más famosas de la época, y las que más nos interesan, son la Academia imitatoria, que se fundó en Madrid en 1586 ; la de los Nocturnos, que celebró sus sesiones en Valencia en 1591 , y La Academia selvaje, fundada en Madrid en 1612 . Las innumerables referencias que se hacen á otras, prueban que estas corporaciones, de origen extranjero, se extendieron por España casi tanto como en su patria primitiva . De ordinario se ponían bajo la protección de los primeros dignatarios del Estado; sus miembros eran famosos poetas y numerosos aficionados á la poesía, grandes de primera clase y ciudadanos de humilde cuna, siempre que tuviesen las cualidades necesarias.

Eran de una muchacha del barrio que se había ido a Madrid dos años antes, y, devota de la Macarena, volvía para ver la fiesta con un caballero viejo... ¡La suerte de la niña!... Gallardo, con la faz cubierta y apoyado en el bastón, signo de autoridad, marchaba ante el «paso» con los dignatarios de la cofradía.

El mismo arquitecto de la Opera de París había repetido su abrumadora ostentosidad en esta sala: oro por todas partes, molduras, cariátides, espejos inmensos. No había un palmo de pared que no fuese de estuco labrado y dorado. En el muro del fondo, sobre las filas de butacas que se elevaban en acentuado declive, había cinco palcos, los únicos: el del príncipe soberano y los de sus dignatarios.

El calzado de estos grandes dignatarios de la Iglesia y de las repúblicas era de telas tejidas con metales preciosos y recamados de las más ricas piedras: esmeraldas, rubíes, zafiros, diamantes del tamaño de nueces casi siempre. Tengo entendido que el Santo Padre todavía usa ese calzado los días que repican gordo.

El Padre Santo aguardó la Embajada y la vio venir desde el balcón principal de la Mole Adriana o Castillo de Santángelo, donde se parecía cercado de cardenales, príncipes y altos dignatarios.

Vendrían igualmente los dignatarios de la iglesia del Sr. Dimmesdale y las jóvenes vírgenes que idolatraban á su pastor espiritual y le habían erigido un altar en sus puros corazones.