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Le buscamos por todas partes y no le encontramos. Os suplico, condesa, que nos digáis dónde se halla: ¡vos debéis saberlo! LOS BARONES. ¡Es terrible! ¡Insultan a la condesa! ELSA. ¡Pero yo no le he visto! VALDEMAR. Eso no es verdad; nos ha dejado para correr junto a vos. ¡Le habéis visto! Llamad al conde: ¡insultan a su hija! ¡Nos han hecho esperar todo el día!

Si los demás presentes eran por el estilo, bien necesitaba el Emperador una acémila para cada presente. A la segunda comida que el rey de Francia dió á su huésped, asistieron el Delfin, el duque de Sajonia, las duques de Berry, de Borbon, de Brabante, de Borgoña, de Bar, el conde de Eu, y cerca de mil caballeros y barones, así extranjeros como franceses.

El Hospital de Teruel situado en la plaza de San Juan, frente a la antigua casa de los barones de Escriche, fue en un principio una casa destinada a los leprosos, con la denominación de San Lázaro, fundada por algunos vecinos de Teruel, antecesores de Magdalena de la Cañada, quien, habiéndola habitado desde la niñez, y gobernádola y servido con su persona y bienes, trató después de elevarla a hospital impetrando con este objeto de D. Alonso el IV, le concediera para y los suyos, el derecho privativo sobre la mencionada casa de San Lázaro, el privilegio perpetuo de administración y todos los derechos del hospital, gracia que le fue concedida por el monarca en Teruel a 16 de Marzo de 1333.

Usted tiene dos cuartillos de ginebra entre pecho y espalda y yo otros dos... o algo más añadió haciendo un número prodigioso de guiños. ¡No es eso, señor barón, no es eso! ¡Entendámonos de una vez, porra! Aquí ya no hay barones ni frailes exclamó el noble en un arrebato de buen humor alzándose de la silla.

ASTOLFO. Los barones están furiosos; desde por la mañana están esperando al duque, al noble prometido de la noble condesa Elsa. EL CONDE. ¡Los barones! Y , Astolfo, ¿estás contento? A juzgar por tu cara, me parece que no. EL CONDE. Vuestro prometido no se apresura demasiado, condesa Elsa; hace largo rato que ha anochecido, y sigue sin venir.

La maga es muy buena.»Y Loppi se echó a llorar de alegría. Vivía Masicas con todo el lujo de su señorío. Los barones y las baronesas se disputaban el honor de visitarla: el gobernador no daba orden sin saber si le parecía bien: no había en todo el país quien tuviera un castillo más opulento, ni coches con más oro, ni caballos más finos.

Mientras en la Europa bárbara de los francos, los anglonormandos y los germanos el pueblo vivía en chozas y los reyes y barones anidaban en castillos de rocas ennegrecidos por las hogueras, comidos por parásitos, vestidos de estameña y alimentados como los hombres prehistóricos, los árabes españoles levantaban sus fantásticos alcázares, y, como los refinados de la antigua Roma, reuníanse en los baños para conversar sobre cuestiones científicas o literarias.

¡Y ahora se atreven a acusar de liviandad a la condesa! ¡Defenderemos su honor! ¡No permitiremos que se la insulte! EL CONDE. Esperad, barones. ¿Quién se atreve a acusar de liviandad a mi hija? ¿Y qué gentes son ésas, con traza y gesto de bandidos? VALDEMAR. Perdonad, conde, nuestra irrupción: buscamos al duque. Nadie pone en duda vuestra nobleza caballeresca, conde.

No tarda mi segundo caballo en caer. Mis barones gruñen. En todos estos contratiempos ven funestos presagios. Las cejas fruncidas, aunque intrépidos, se muestran recelosos y no quieren avanzar más. Insisten en que nos detengamos; pero yo grito: «¡Adelante! ¡Mi amada prometida, mi hermosa, me espera! ¡Adelante!» Y heme aquí contigo. Toco tus manos y tus hombros y respiro tu puro aliento.

Nosotros somos, nosotros somos, respondian á la par. ¿Con que este es aquel insigne filósofo? decia Martin. Ha, señor arraez levantisco, ¿quanto quiere por el rescate del señor baron de Tunder-ten-tronck, uno de los primeros barones del imperio, y del señor Panglós, el metafísico mas profundo de Alemania?