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Era ya anochecido, y aunque Carriazo importunaba a Avendaño que fuesen a otra parte a buscar posada, no le pudo quitar de la puerta de la del Sevillano, esperando si acaso parecía la tan celebrada fregona.

Era ya anochecido cuando aquella segunda procesión entraba en la Alhambra, sirviéndole de bastonero el agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, quien, pasando a la estancia en que sobre su solio aguardaba el Sultán, le dijo a éste, tocando antes diez veces la tierra con su frente: Príncipe de los creyentes, ya llega el loco sobre los lomos de la sabiduría.

Por él, volvería dentro de una hora. «Amiguita, usted no puede estar mucho tiempo sola, porque esa cabeza se pone a trabajar... Como usted no me eche, aquí me tendrá otra vez esta tarde». Y volvió cerca de anochecido trayendo un ramo de flores, y poco después fue un mozo de cuerda con dos o tres tiestos.

Cabalgaron también los otros cinco auxiliares; y bajando callejones, y resbalando sobre lastras, y vadeando regatos, salieron a una senda que se llamaba camino real, por el que continuaron su marcha a obscuras; porque es de advertir que había anochecido una hora antes, y además caía una lluvia menudita que enfriaba hasta los huesos.

ASTOLFO. Los barones están furiosos; desde por la mañana están esperando al duque, al noble prometido de la noble condesa Elsa. EL CONDE. ¡Los barones! Y , Astolfo, ¿estás contento? A juzgar por tu cara, me parece que no. EL CONDE. Vuestro prometido no se apresura demasiado, condesa Elsa; hace largo rato que ha anochecido, y sigue sin venir.

Ya anochecido subía con su cántaro lleno por la cuesta, que en aquel momento estaba sola. La tertulia de los poyetes solía, en primavera y en verano, durar hasta las ánimas, hora en que los tertulianos se retiraban para cenar y acostarse. Aquel día don Paco había estado haciendo esfuerzos o, como si dijéramos, gimnasia con su voluntad para no ir a la tertulia y ver a Juanita.

Ya anochecido, salieron juntos del café y Millán dejó a su amigo cerca de la calle de Botoneras. Pepe pasó toda la noche junto a su padre. Hasta las nueve conservó esperanza de ver llegar a la madre; pero, poco más tarde, vino sola Leocadia, diciendo que doña Manuela se quedaba de guardia. En aquel momento sufrió el pobre muchacho el verdadero desengaño y, perdida toda esperanza, acostó al padre.

A la derecha, y en lo alto de un cerro, descubrió un vasto edificio, sin poder precisar si era una población, un palacio con sus dependencias o un convento. Casi extenuado por su última carrera, y por la emoción que recientemente le había agitado, aquel fue el punto a que dirigió sus pasos. Ya había anochecido cuando llegó.

De vuelta á casa, ya anochecido, encontró, al doblar la esquina de la calle de Hita, un anciano mendigo y haraposo, con pantalones de soldado, la cabeza al aire, un andrajo de chaqueta por los hombros, y mostrando el pecho desnudo. Cara más venerable no se podía encontrar sino en las estampas del Año cristiano.

Entramos en la posada todos tres juntos ya anochecido; mandamos aderezar la cena era viernes ; y entre tanto, el ermitaño dijo: "Entretengámonos un rato, que la ociosidad es madre de los vicios; juguemos Avemarias"; y dejó caer de la manga el descuadernado. Dióme a gran risa ver aquello, considerando en las cuentas.