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EL CONDE. ¿A ? VALDEMAR. , a vos. El duque estaba aquí. Ved la prueba: aquí está su guante. VALDEMAR. , ha estado aquí, donde tenía una cita con vuestra hija. EL CONDE. Estáis en un error, caballero.

Le buscamos por todas partes y no le encontramos. Os suplico, condesa, que nos digáis dónde se halla: ¡vos debéis saberlo! LOS BARONES. ¡Es terrible! ¡Insultan a la condesa! ELSA. ¡Pero yo no le he visto! VALDEMAR. Eso no es verdad; nos ha dejado para correr junto a vos. ¡Le habéis visto! Llamad al conde: ¡insultan a su hija! ¡Nos han hecho esperar todo el día!

Los barones están ya cansados de esperarle. EL CONDE. ¿Dónde está, pues, vuestro duque? ¿Acaso la turba de bandidos que, pisoteando el honor caballeresco, se atreve a blandir los aceros en nuestro castillo, pretende reemplazarle? En tal caso, me veré obligado a decirle al emperador: «Son demasiados prometidos para mi hijaVALDEMAR. A vos, conde, os toca decir dónde está el duque.

¡Y ahora se atreven a acusar de liviandad a la condesa! ¡Defenderemos su honor! ¡No permitiremos que se la insulte! EL CONDE. Esperad, barones. ¿Quién se atreve a acusar de liviandad a mi hija? ¿Y qué gentes son ésas, con traza y gesto de bandidos? VALDEMAR. Perdonad, conde, nuestra irrupción: buscamos al duque. Nadie pone en duda vuestra nobleza caballeresca, conde.

Nunca una cosa así ha deshonrado a nuestra familiaEL CONDE. ¡Más aprisa, muchacho! ASTOLFO. El conde añadió: «Coge tres hombres, cae sobre el malhechor, átale a los pies plomo y piedras y...» VALDEMAR. ¿Y lo has hecho? ¡Oh, cielos! ¿Dónde está el duque entonces? ELSA. ¡Enrique! ¡Espectro querido de los labios ardientes! ¡Voy a reunirme contigo, amado mío!

Ligea, Eleonora, M. Valdemar vivían dentro del poeta en maravillosa lucidez, mientras que yacía aletargado en el seno de una «tempestad de alcohol».

Y aunque sois tan amigo suyo, le conocéis muy poco si le juzgáis capaz de atentar contra el honor de su prometida y contra el mío. Buscad a vuestro duque en cualquier otro sitio; acaso le encontréis en una taberna del camino, empinando el codo... VALDEMAR. ¡Registraré de arriba abajo el castillo! Astolfo, ven aquí. Eso me inquieta: temo que haya sido víctima de un advenedizo.

VALDEMAR. No eres un padre; eres una bestia feroz. Coged a ese monstruo y encadenadle. ¡Como una fiera, se lo llevaremos enjaulado al emperador! ¡Prended fuego por los cuatro costados a ese castillo maldito! ¡Que no quede nada de este nido lúgubre! ¡Que la inmensa hoguera se eleve, en media de la obscura noche, a los cielos! ¡Así festejaremos tu boda, duque Enrique, desgraciado amigo!

Oigo pasos pesados y rápidos... Llevan en la mano aceros desnudos. Les siguen los barones del viejo conde, con las cejas fruncidas, gruñendo, llenos de una cólera sorda. Las antorchas proyectan una luz lúgubre sobre la escena. VALDEMAR. ¿Sois vos, condesa? ¿Dónde está el duque? ¿Dónde está Enrique? ELSA. No comprendo lo que me preguntáis. VALDEMAR. ¿Dónde está Enrique? Soy su amigo.