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Fuera lo que fuese, la simpatía misteriosa que le había inspirado Mauricia, se pasaba a Guillermina. ¿Cómo, pues, se podían confundir la que se señaló por sus vergonzosas maldades y la santa señora que era la admiración del mundo? «Yo no cómo es esto discurría Fortunata ; pero que se parecen no tiene duda. Y el habla de las dos me suena lo mismo... Señor, ¡qué será esto!».

Intentó cogerlo por los brazos; pero el pobre muchacho se estremeció, lanzando una mirada a su madre, que despertó en ella vergonzosas sospechas. No, no me toque usted, mamá: ¡lejos...! no necesito a nadie... estoy bien. Y cayó como un fardo sobre el mismo sofá en el que por la tarde había visto la arrugada chaqueta como impasible acusadora del adulterio. Juanito se moría.

Os he llamado dijo doña Clara , para saber cuántas personas conocen ese funesto secreto de haber tenido don Rodrigo Calderón cartas de la reina... cartas inocentes... cartas que nada tienen de vergonzosas, pero que debían ser destruídas, y que lo han sido por el valor de ese caballero... pero no basta... es necesario que no quede ni la más leve nube delante del nombre de su majestad. ¿Quién os dijo que don Rodrigo tenía esas cartas?

Estos yaquis figuraban como enemigos de todos los gobiernos desde la época de Porfirio Díaz, que cometió el sacrilegio de implantar en sus tierras el telégrafo y el ferrocarril. Se dejaban convencer fácilmente por los revolucionarios, con la esperanza de que éstos les librasen de innovaciones vergonzosas. En los combates eran los únicos que se batían avanzando.

Las retiradas vergonzosas que hicieron este día los arcabuceros italianos y los nuestros, fueron por ir más adelante de lo que debían, sin llevar picas que los amparasen.

M. Mignet, que poseía una con otro título, Vida reservada del Señor Rey Phelipe 2.º, por Antonio Pérez, no dudó que el autor fuese realmente el ex-Secretario del Rey elogiado, y transcribió la relación de los últimos momentos del Soberano, porque se supiera que «la muerte no le quiso arrebatar antes de haberle hecho sentir que los príncipes y monarcas de la tierra tienen tan miserables y vergonzosas salidas de la vida como los pobres de ella.

Tenía la voz velada a causa de una bronquitis crónica: cuando quería elevarla resultaba chillona, estridente. La palabra era fluida, aunque abundaba en los lugares comunes del periodismo. En Lancia nadie sabía hablar con esta tersura. Pintó al P. Gil como un ser hipócrita, rastrero, alimentando en secreto pasiones vergonzosas, ocultándolas con cuidado por el temor de perder su posición.

Las peripecias vergonzosas de la vida de ella no le desalentaban, y hasta medía con gozo la hondura del abismo del cual iba a sacar a su amiga; y la había de sacar pura o purificada. En aquellas confidencias que ambos tenían, creía Maximiliano advertir en la pecadora un cierto fondo de rectitud y menos corrupción de lo que a primera vista parecía. ¿Se equivocaría en esto?

Para lograr su fin, no vacila en ejecutar las acciones más vergonzosas, como, por ejemplo, prometer á una señora casarse con ella estando ya casado con otra en secreto, y todo esto para demostrar que para reinar es lícito engañar. Merece indicación particular la forma métrica usada por Enríquez Gómez, que es generalmente la de las endechas ó troqueos de tres pies con asonancias .

Cuando él tenía mucha influencia sobre una mujer, la prohibía confesarse. «Sabía muchas cosas». En los momentos de pasión desenfrenada a que él arrastraba a la hembra siempre que podía, para hacerla degradarse y gozar él de veras con algo nuevo, obligaba a su víctima a desnudar el alma en su presencia, y las aberraciones de los sentidos se transmitían a la lengua, y brotaban entre caricias absurdas y besos disparatados confesiones vergonzosas, secretos de mujer que Mesía saboreaba y apuntaba en la memoria.