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Con este error contaba Calvat. Como el lector habrá previsto, no afectó aquel villano el arrepentimiento de su delación, y no se excusó con Fabrice sino para procurarse de nuevo entrada en la casa y vigilar más de cerca a aquella que había resuelto perder.

Según mi opinión, hay que vencer dos obstáculos para llegar a nuestro fin: primero, el punto de honor de la palabra empeñada que liga a Fabrice... ¿No podría devolverle esa palabra y en términos tales que él consintiese en aceptarla? Estoy pronto... pero... ¿Teme que rehuse? Lo temo... sin embargo, voy a intentarlo, y con toda sinceridad, según va usted a verlo.

Los informes de la señorita de La Treillade sobre la boda de Fabrice, aunque tan maliciosos en la forma, eran bastante exactos en cuanto al fondo, y nos dispensan de entrar en más detalles acerca del particular.

En seguida, tomando de sobre la mesa la pistola que acababa de colocar en ella y entregándola a Fabrice por el culatín: ¡Mátame! le dijo. No replicó el pintor , por lo menos no de esa manera.

Así, pues, apenas vio entrar a Beatriz: ¡Me parece, amiguita le dijo , que prolongas mucho tus lecciones con el señor Fabrice!... He tenido tiempo de leer casi la mitad de mi diario... me están llorando los ojos... ¡Vaya! ¡toma! estaba en la gacetilla... pero no, prefiero el folletín... veamos qué sucede al cabo a esa divertida duquesa... a quien el autor hace hablar como a una lavandera... ¡Bueno! ¡Vayamos, lee! ¡Principia!

La señora de Aymaret, que era grande entusiasta por las artes, sentía viva admiración por los talentos de Jacques Fabrice. Poseía la vizcondesa algunas acuarelas que databan de los primeros tiempos del pintor, verdadero tesoro de cuya propiedad considerábase orgullosa.

Aún no se habían perdido de vista, cuando Fabrice, que durante el sorprendido curioso diálogo cambiara con Pierrepont frecuentes y edificantes miradas, le preguntó a éste con la calma que le era habitual. ¿Quién es esta expeditiva señora, esta preciosa Mariana? Mi buen Fabrice dijóle el marqués , no es una señora, es una señorita. ¡Diablo! replicó vivamente el pintor . ¿Y la otra... Eva?

Fabrice notó que aquella parte más penosa en las funciones de la lectriz las prevenía Pierrepont con el mayor cuidado; él era quien se levantaba para acercar el taburete, colocar un cojín, abrir una ventana, llamar un criado, desviviéndose, en fin, por satisfacer los caprichos sin número de una anciana señora enfermiza, nerviosa, y de un tan imperioso, cuanto superlativo egoísmo.

Siempre tendré un honor en que sea usted mi confidente... no qué línea de conducta debo seguir con Fabrice... No es para usted un secreto la estrecha amistad que nos unía de años atrás... Carezco de motivos fundados para romper mis relaciones con él... pero antes de ir a verlo quisiera cerciorarme de si mi presencia en su casa no sería un mal rato para él, para su mujer y para ... En una palabra, ¿supone usted que la señorita de Sardonne, mejor dicho, la señora Fabrice... haya puesto en antecedentes a su marido acerca de los sentimientos que su mujer me inspiró en el pasado, y de las pretensiones que a la mano de aquélla abrigué?... Usted comprende que si es así...

Tales eran las recíprocas relaciones de estas dos personalidades en los días en que Pierrepont llegó a la posesión de los Genets, precediendo en algunos a su amigo Jacques Fabrice.