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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Es la hija de mi hermana y eso me impone ciertos deberes. Fabrice bajó lentamente los escalones del andamiaje sobre que pintaba, y mirando fijamente a Calvat: ¿Qué me quieres decir con eso? Quiero decirte que Marcela está aquí en malísima escuela, y que no debe permanecer por más tiempo en ella. ¿Por qué?

Es su institutriz. ¡¡Dia...blo!! acentuó Fabrice con energía. Y volvió tranquilamente a preparar su paleta.

Así, después de haber dado rienda suelta a su enfado, se resignó la anciana dama a que Beatriz tomase lecciones de acuarela: por ende todos los días, entre una y dos de la tarde, instalábase la huérfana en una silla al lado de Fabrice para dibujar a la vista de éste, ya un paisaje, ya un motivo de arquitectura, si bien por atendibles razones de decencia, nunca se apartaron de debajo de las ventanas del castillo, donde, por otra parte, encontraban suficiente tema de estudio, ora aquel señorial edificio, ora en las rientes circunvecinas campiñas.

Hace muchos años, cuando el rey de Sajonia, que había sido partidario de D. Carlos, reconoció por reina á Isabel II, mandó á esta corte á un elegante y rico enviado extraordinario, llamado el barón Fabrice. Trajo este señor consigo á un hábil cocinero, que además era literato, y que al volver á su tierra compuso un libro de sus impresiones de viaje en España, y le tituló Puchero.

Al día siguiente de su llegada a París escribió Fabrice a la baronesa que había encontrado a la niña restablecida, mas que le era forzoso prolongar la ausencia en dos o tres semanas, a fin de dar a la convaleciente, antes de volverla a la pensión, las distracciones que reclamaba su estado.

Fabrice, en el momento en que Pierrepont entró, ocupábase en cargar dos pistolas, regalo precisamente de su amigo Pedro, y con las cuales tenía costumbre de tirar por vía de ejercicio en el jardín. ¿Te gustan siempre esas armas? le preguntó el marqués tomando y dejando en seguida sobre la mesa aquella que Jacques acababa de cargar. Encantado respondió. ¿Vas a tirar al blanco? .

En el curso de su recíproca conversación sugirió la vizcondesa a Beatriz una idea que ésta no titubeó en aceptar, y que le fue fácil imponer a Fabrice.

Contábase en el número de estos últimos, uno que, para desgracia de Jacques, se creía éste en el deber de tolerar; llamábase el tal Gustavo Calvat, era hermano de la primera mujer de Fabrice y, por consecuencia, tío de Marcelita; sus relaciones con el pintor remontaban a la época, ya lejana, en que los dos fueron discípulos de idéntico maestro en el mismo taller.

, los lunes... hoy es martes... pero tiene usted seguridad de encontrar siempre a Fabrice en su taller... y probablemente también a su mujer, porque me parece que aquél está haciendo su retrato. ¡Ah! ¡eso me interesará! Habló Pedro en seguida de bailes, de teatros, y a poco se despidió de la señora de Aymaret. Al darle la mano le dijo ésta conmovida: ¡Muy contenta de verle tan prudente!

Somos todo el uno para el otro replicó Fabrice poniéndose de pie. Clavó sobre él una mirada inquisitiva, y volviéndose a la niña: ¿Quieres mucho a tu papá? le dijo. La niña, cortada por la presencia de su enemiga, respondió con un sencillo gesto poniéndose la mano sobre el corazón. ¡Monísima!... dame un beso... ¿Quieres?

Palabra del Dia

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