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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Ni yo tampoco afirmó Beatriz . Si usted me ha visto sufrir con paciencia las humillaciones de una verdadera domesticidad, cualquiera que fuesen los motivos de mi resignación, esté usted seguro de que la bajeza no entraba para nada en ella... Muy mal me conoce usted, señor Fabrice, si cree...

Tampoco buscó las aclaraciones de Beatriz, quien por completo entregada a su delirante pasión, mostróse casi indiferente a la dura afrenta que argüía tal silencio. En cuanto a Fabrice, admitió fácilmente que Pedro abandonaba un viaje hacia el cual nunca lo viera muy inclinado.

Pedro se retiró, encargando a una sirvienta que encontró en la escalera previniese a la señorita Beatriz de que la señora la necesitaba; en seguida bajó algunos escalones, llamando al departamento de Fabrice. Era este departamento un piso bajo, o mejor dicho, una especie de entresuelo cuyas puertas se abrían sobre los antiguos fosos del castillo, ahora convertidos en jardines.

Casi se sentía inclinado a reprochar el leal comportamiento de Fabrice ante cuya lealtad veíase obligado a inclinarse, cuando él se hubiera creído dichoso en poderle arrojar al rostro cualquier sangriento ultraje. Era, pues, ¡ay!, con sentimientos vecinos al odio que se alejaba del amigo de su juventud.

Querido Pedro respondió Fabrice , no podías haber hecho peor elección.

¡Ven acá, alma mía! le dijo . Mira, la señorita Beatriz está allí sentada debajo de aquel árbol, junto a la capilla... Anda y entrégale esta carta de mi parte... ¡Anda, hija mía! Un momento más tarde Fabrice seguía angustiosamente con la vista la marcha de la niña a través del patio. Al fin desapareció bajo la sombra espesa de los castaños.

Pero, lo que más indiscutiblemente acusaba a Pierrepont ante los ojos de las jóvenes amigas, era ese completo y absoluto alejamiento de aquél hacia ellas, cual si el marqués hiciera por el hecho una tácita confesión de su indignidad; jamás aparecía por el taller de Fabrice, con grande aflicción del pintor, que tan sinceramente estimaba a aquel antiguo compañero del combate y de la ambulancia.

Interminables minutos transcurrieron; después Marcela salió del círculo de sombra y volvió hacia el castillo a cortos pasos. Fabrice creyó ver que la criatura tornaba con la carta en la mano; pasóse la suya sobre la frente helada, diciendo: ¡Dios mío! Y esperó inmóvil. Marcela entró. ¡Toma, papá! le dijo. Y le devolvió el pliego que tenía en la mano.

Pero, en fin, humildemente le ofrezco lo poco que yo soy. ¿Quiere usted ser la madre de mi hija?... ¿Nos rechaza a ella y a ? »De usted respetuosísimo servidor siempre y en todo caso, Jacques Fabrice

Y como prueba de lo que venimos diciendo, manifestaremos que departiendo acerca de estos escabrosos particulares con el pintor Jacques Fabrice, a cuya casa solía ir por las tardes con el fin de tomar una taza de te y fumar un cigarrillo, se expresaba en estos términos el señor de Pierrepont, dirigiéndose a su amigo: ¿Sabes lo que me pasa? Hoy cumplo treinta y un años.

Palabra del Dia

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