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Actualizado: 11 de junio de 2025
Me complazco figurarme, por ejemplo, al ilustre general von der Than ligero de ropas, según la antigua usanza, en medio de un verde jardinillo, con un hermoso pedestal adornado con bajos relieves que representen por un lado los Guerreros bávaros incendiando la aldea de Bareilles, y por el otro, los Guerreros bávaros rematando a los heridos franceses en la ambulancia de Woerth. ¡Qué grandioso monumento será!
Hemos traído al pobre Rochart a la ambulancia, Juan Claudio. ¡Ah!, ¡qué dolor! Sí, ¡qué dolor! Hubo un momento de silencio; luego la satisfacción del jefe, sobreponiéndose a todo, le hizo exclamar: La cosa no tiene nada de alegre; pero, ¿qué quiere usted?, son consecuencias de la guerra. Y vosotros, ¿no tenéis nada? No, estamos los tres sanos y salvos. Tanto mejor, tanto mejor.
Los ojos de Juan Claudio chispeaban; el doctor preguntaba siempre dónde se hallaba situada la ambulancia; Materne y sus hijos alargaban el cuello y apretaban las mandíbulas, y el vinillo añejo, acudiendo en ayuda de la imaginación, aumentaba el entusiasmo cada momento más: «¡Ah, los granujas! ¡ah, bandidos! ¡Cuidado, cuidado, no ha terminado todo!...»
Está en la ambulancia; vea usted, allá abajo, donde brilla aquella luz. ¡Pobre hija mía! dijo Catalina ; voy a ayudarle, y así entraré en calor. Hullin, cuando vio que se alejaba, hizo un gesto como diciendo: «¡Qué mujer!»
Todos los heridos que durante el combate se habían sentido con fuerzas para llegar a la ambulancia se encontraban allí. El doctor Lorquin y su colega Despois, que llegó en el transcurso de la acción, tuvieron que trabajar de firme, y no hay que creer que la tarea se había acabado.
Catalina, Luisa, el doctor Lorquin, todo el mundo se apresuró a salir de la casa, gritando, felicitándose mutuamente, para ver las huellas de las balas y los taludes ennegrecidos por la pólvora; por otra parte, José Larnette, con la cabeza maltrecha, se hallaba tendido en un hoyo; Baumgarten, con un brazo colgando, se dirigió a la ambulancia muy pálido, y Daniel Spitz, a pesar del balazo recibido, quería seguir luchando; pero el doctor no hizo caso de aquellos deseos y le obligó a marchar a casa.
Hullin estableció su cuartel general en una gran sala baja, a la derecha de los trojes, que daba frente a Framont; al otro lado del pasadizo se encontraba la ambulancia, y en las habitaciones superiores vivían las personas de la granja.
Pero, lo que más indiscutiblemente acusaba a Pierrepont ante los ojos de las jóvenes amigas, era ese completo y absoluto alejamiento de aquél hacia ellas, cual si el marqués hiciera por el hecho una tácita confesión de su indignidad; jamás aparecía por el taller de Fabrice, con grande aflicción del pintor, que tan sinceramente estimaba a aquel antiguo compañero del combate y de la ambulancia.
Se habían conocido durante los aciagos días del sitio de París, eran camaradas en la misma compañía de uno de los regimientos de marcha y habían sido también compañeros de ambulancia, los dos heridos en la batalla de Châtillon.
Palabra del Dia
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