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Actualizado: 13 de junio de 2025
Catalina, Luisa, el doctor Lorquin, todo el mundo se apresuró a salir de la casa, gritando, felicitándose mutuamente, para ver las huellas de las balas y los taludes ennegrecidos por la pólvora; por otra parte, José Larnette, con la cabeza maltrecha, se hallaba tendido en un hoyo; Baumgarten, con un brazo colgando, se dirigió a la ambulancia muy pálido, y Daniel Spitz, a pesar del balazo recibido, quería seguir luchando; pero el doctor no hizo caso de aquellos deseos y le obligó a marchar a casa.
Y el pequeño Riffi no cesaba de cargar el fusil y de tirar con ardor sobre la masa de enemigos; y José Larnette, que tuvo la desgracia de que le alcanzase un tiro en un ojo; Hans Baumgarten, que resultó con un hombro maltrecho; Daniel Spitz, que perdió dos dedos de un sablazo, y otros muchos, cuyos nombres deben ser honrados y venerados por los siglos de los siglos, no dejaron durante un segundo de cargar y descargar sus fusiles.
El doctor Lorquin se disponía a extraer la bala de la herida de Baumgarten, el cual daba terribles gritos. Pelsly, en el portal de la casa, temblaba de pies a cabeza. Juan Claudio le pidió papel y tinta para transmitir las órdenes a las demás posiciones de la sierra; y era tan grande la turbación del pobre anabaptista, que a duras penas pudo dárselos.
Asunto es este que ha inspirado á Kant uno de sus libros mas serios y bien pensados, libro que obligó á los espíritus mas austeros á dar carta de ciudadanía en los dominios filosóficos á la ciencia de la estética, que ya Baumgarten habia bautizado con el nombre alambicado de «Filosofía de las Gracias y de las Musas».
Palabra del Dia
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