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Casi todas sus palabras se dirigían a María, preguntándole y haciéndole repetir infinitas veces los sucesos de la noche anterior, prodigándole elogios desmesurados por su fortaleza y felicitándose de tener una hija tan buena. Hija mía..., pide a Dios por mi salud. Dios no puede... negarte nada.

Leto, felicitándose por salir tan fácilmente del atolladero en que se había visto, se arrimó más a Nieves; la cual le entregó el clavel aplastado y marchito, para que no se cayera del álbum mientras le hojeaban. Hojeándole y andando, llegaron al sitio apetecido; y por llegar a él, después de ponderarle mucho Nieves, dijo a Leto: Yo no quiero dibujar. ¡Que no? exclamó Leto asombrado . ¿Y por qué?

Los curiosos los dejaron solos a poco; Mochi no más entraba y salía, felicitándose de que no hubiera habido una desgracia; y por fin se marchó porque le llamaba el traspunte. La doncella de la Gorgheggi, que era partiquina, tuvo que presentarse también en escena; la tiple no cantaba hasta el final del acto.

Benincasa se observaba muy de cerca en los pies la placa lívida de la mordedura. Pican muy fuerte, realmente dijo sorprendido, levantando la cabeza a su padrino. Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no respondió, felicitándose en cambio de haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche por pesadillas tropicales.

Se prodigaron cuidados a dos que se habían desmayado, refrescándoles las sienes con agua y haciéndoles aspirar el frasco de sales de la condesa de Cotorraso. Volvieron por fin al sentido. Las demás se fueron calmando felicitándose con alegría de haber escapado de aquel espantoso peligro, pues no se resignaban a no haberlo pasado.

Barbarita también reventaba de gozo y decía: «¡Pero qué chico más salado y más simpático!». Jacinta tenía que entusiasmarse también, a pesar de aquella procesión que por dentro le andaba, y poner cara de pascua a todos los que entraron felicitándose del suceso. El marqués de Casa-Muñoz oficiaba de chambelán palatino.

La reunión se disolvió apretándose todos la mano cordialmente y felicitándose con calor por el éxito lisonjero de sus gestiones. Pero Osorio y Clementina se metieron en su coche serios, cejijuntos, y no se hablaron en todo el camino una palabra. Sólo al llegar a casa murmuró la esposa con acento colérico: ¡Ya veremos en qué para la comedia!

Catalina, Luisa, el doctor Lorquin, todo el mundo se apresuró a salir de la casa, gritando, felicitándose mutuamente, para ver las huellas de las balas y los taludes ennegrecidos por la pólvora; por otra parte, José Larnette, con la cabeza maltrecha, se hallaba tendido en un hoyo; Baumgarten, con un brazo colgando, se dirigió a la ambulancia muy pálido, y Daniel Spitz, a pesar del balazo recibido, quería seguir luchando; pero el doctor no hizo caso de aquellos deseos y le obligó a marchar a casa.