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Actualizado: 29 de mayo de 2025
La levantaron, la prodigaron mil cuidados. Al recobrar el sentido brotó de sus ojos un raudal de lágrimas; no cesó de llorar en toda la tarde. Cuando la comitiva se puso de nuevo en marcha hacia la población aún seguía llorando. ¿Han visto ustedes qué vino más llorón tiene esta niña de Estrada-Rosa? decía riendo el capitán Núñez. La mascarada.
Cuando la buena mujer, fatigada, regresó a su domicilio, hallolo turbado por la presencia de Mario, que después de buscarla en vano por todo Madrid había venido a esperarla. El estado del escultor era tan lamentable que la sobrina tuvo que hacer tila y sacar el frasco del antiespasmódico. Cuando D.ª Rafaela le dijo que nada sabía del niño después de haberle besado en el Retiro a eso de las tres, fue acometido de un desmayo. Salió de él en seguida gracias a los cuidados que le prodigaron. Y en cuanto recobró el sentido tomó el sombrero y salió acompañado de D.ª Rafaela. Fueron a su casa. Carlota estaba ya de vuelta y con ella su madre, su hermana, D. Pantaleón y Timoteo. Rivera llegó también a los pocos momentos. La casa era un campo de desolación: no se oían más que lamentos y sollozos. Todos parecían haber perdido la razón menos Carlota. La infeliz madre, blanca siempre como una estatua, no se entregaba a vanos gritos de dolor; ocupábase en disponer los medios de recuperar a su hijo. En aquel momento hablaba con el delegado de policía del distrito.
Tampoco admitió el Cigarrero las lisonjas que le prodigaron, lo mismo Enrique que sus amiguitos. Sin echarse por tierra con fingida modestia, supo colocarse en su verdadero sitio, esto es, por debajo de los espadas que entonces llevaban la atención del público, sin traer a cuento sus glorias pasadas o los tiempos en que gozaba de más renombre. Ya soy vieho.
Consejero, después de echar una mirada socarrona de absoluta indiferencia al grupo, convirtió de nuevo la vista a los naipes y murmuró: ¡El Redentor y la Magdalena! Pero Obdulia soltó al fin la mano del sacerdote y cayó al suelo, presa de un violento ataque de nervios. Entonces todas las señoras se precipitaron hacia ella y le prodigaron los cuidados de costumbre.
No sé lo que me sucedió: sólo recuerdo que al volver en mí me encontré en un lecho extraño rodeado de una familia desconocida, y con un médico a la cabecera. Mi indisposición había sido un accidente pasajero. Muy pronto, a consecuencia de los auxilios que se me prodigaron, volví al uso de mis facultades. Me encontré en la trastienda de una barbería.
La Carreras, por su parte, era insuperable en la fiel imitación de las costumbres y modo de ser de la gente gitanesca .» A este encanto, que ofrece la representación de la comedia, hemos de atribuir los aplausos, que siempre se le prodigaron en España.
Se prodigaron cuidados a dos que se habían desmayado, refrescándoles las sienes con agua y haciéndoles aspirar el frasco de sales de la condesa de Cotorraso. Volvieron por fin al sentido. Las demás se fueron calmando felicitándose con alegría de haber escapado de aquel espantoso peligro, pues no se resignaban a no haberlo pasado.
El principal de todos era, como es natural, la enfermedad de su esposa coincidiendo con la aparición de la niña. Recordaba la extraña tenacidad con que se opuso a que subiese médico alguno a verla; luego el mimo, los cuidados exquisitos que se prodigaron a la criatura.
Leiton cayó á los golpes de maza del francés, arma elegida por el primero; sus servidores lo llevaron en brazos á su pabellón. Aquellas rápidas victorias sobre cuatro famosos guerreros llenaron de admiración á los espectadores, y así los soldados como las gentes del pueblo le prodigaron sus aplausos.
¿Qué le parece á V. de los hijos que se portan mal con los padres, y no corresponden con la debida gratitud al amor que estos les prodigaron? Que faltan á un deber sagrado y desoyen la voz de la naturaleza. Pero ¿cómo es que vemos tan á menudo á los hijos no cumplir como deben con sus padres, miéntras estos si en algo faltan, suele ser por sobreabundancia de amor y ternura?
Palabra del Dia
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