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Actualizado: 11 de junio de 2025


El joven marqués de Pierrepont, cuyo diletantismo ocupábase casi con idéntico entusiasmo en las cosas del sport como en las del arte, y que era un juez eximio en ambas materias, fue uno de los primeros en vislumbrar el gran porvenir que la fortuna reservaba a Jacques Fabrice.

Beatriz, sin embargo, sostenida por el horror mismo de la tremenda crisis y por la excesiva tensión nerviosa, continuaba trabajando en su bordado con gran calma aparente, devolviendo a Pierrepont con su sonrisa habitual el saludo de éste. Hermoso día le dijo , ¿no es verdad? , un verdadero día de verano... Aprovechándolo, vamos a jugar Fabrice y yo un partido a la pistola.

Le aconsejo, pues, que poco a poco corte usted relaciones que por fuerza no le han de ser gratas, pero sin romperlas bruscamente. Tiene usted razón... Iré... Es más, voy a ir en saliendo de aquí... ¿cree usted que los encontraré en casa?... ¿La señora de Fabrice ha fijado un día de recibo?

Una moneda arrojada al aire indicó que Fabrice debía tirar el primero; rompió, pues, sus fuegos y alojó sus dos primeras balas en el interior del segundo círculo; Pierrepont, más inhábil esta vez, o menos dichoso, perdió una de sus balas en la plancha, la otra tocó el cartón. Este primer pase aseguraba, por consecuencia, cuatro puntos a Jacques y uno solo a Pierrepont.

Apenas tuvo tiempo de terminar estas palabras, cuando Fabrice, agarrándolo por el cuello, casi hasta ahogarlo: ¡Miserable! le dijo , ¡estás ebrio!... ¡Vete! ¡Vete de mi casa! Y lo empujó, arrojándolo fuera del taller. ¡Pobre tonto! murmuró Calvat haciendo una repugnante mueca. ¡Te he dicho que te vayas! añadió Jacques marchando hacia su cuñado.

La señora de Aymaret afectó chancear acerca de estas pequeñas miserias comparándolas con los dolores realmente trascendentales de la vida, exponiendo con mucho acierto a Beatriz que para borrar esas ligeras faltas de educación de que adolecía Fabrice, le bastaría con dar a éste, poco a poco, y como en broma, algunas lecciones de perfecta corrección, que, a no dudar, su marido recibiría con buena, voluntad.

Ocultó el rostro entre sus manos y rompió a llorar. Para la señora de Aymaret, que hasta este instante mismo continuaba creyendo que Beatriz se había casado con Fabrice por un arrebato de amor, fue esta revelación tan nueva, tan imprevista, que en el primer momento no pudo responder a su amiga sino con vagas exclamaciones de admiración y lástima.

Las mujeres tienen en esos asuntos un don de doble vista sorprendente, y sobre todo con los pobres de espíritu a la manera de Jacques Fabrice; tal vez la causa verdadera de la negativa que Pierrepont había sufrido estribaba en ese amor que ella vislumbraba y que se sentía inclinada a compartir desde el momento que se le confesase.

He aquí el caso continuó Pierrepont, mientras las señoras escuchaban con verdadero estupor . Todo el mundo se ocupa del retrato de miss Nicholson que Fabrice acaba de terminar... una obra maestra según dicen... la baronesa Grèbe está encaprichada de tener uno también... pintado por la mano del grande artista... pero según parece... está recargado de trabajo... rehusa clientela... hay que aguardar turno... hacer antesala... y yo quisiera uno... un retrato... de la mujer de mi joven amigo... por intermedio, repito, de la señora Fabrice.

Fabrice, sin embargo, aunque sintiendo amargamente la frialdad sombría en que su mujer se encerrara, no desconfiaba vencerla a la larga en fuerza de generosas y delicadas atenciones.

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