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Crispaba sus labios en ambas extremidades aquel pliegue oblicuo, huella de la amargura, del desprecio, del escepticismo, del vicio cansado siempre y no satisfecho nunca, que aparece tan al vivo en los buenos retratos de Byron, como si por allí se deslizaran todavía aquellas abrumadoras palabras de su último lamento: ¡Por todas partes, implacable y frío, Fue detrás de mis pasos el hastío!...

Aterrorizaba doña Inés, sacó la cabeza fuera del ventanuco y empezó a gritar; pero nadie podía oírla, y menos aún don Andrés, que no estaba para oír ni ver cosa alguna. Juanita le apretaba el cuello con ambas manos, haciéndole sacar tres pulgadas de lengua fuera de la boca, como perro jadeante. Harto le pesaba tener que matarle.

Vamos a ensayar por medio de algunos estractos de ambas obras el modo de que el lector pueda comparar el espiritu de estas dos piezas estraordinarias.

El soldado de pelo canoso y lentes de miope, que guardaba en plena guerra los gestos de un director de fábrica recibiendo á sus clientes, mostró al mover los brazos unas vendas y algodones en el interior de sus mangas. Estaba herido en ambas muñecas por una explosión de obús, y sin embargo continuaba en su sitio.

En las sombras que me rodeaban, creía ver a cada instante la imagen de lord Gray y otra imagen, corriendo ambas fuera de la casa profanada.

Ambas luces, con todo, siendo grande el cuarto, como lo era, dejaban la mayor parte de él en la penumbra.

Este hermano mayor era nada menos que el marido de doña Inés y yerno de don Paco, el ilustre don Alvaro Roldan, uno de cuyos antepasados había costeado la imagen de la Virgen, así como la de Santo Domingo, obras ambas de Montañés, según se jactaban de ello los naturales de Villalegre.

El porvenir sintetizará ambas sugestiones del pasado en una fórmula inmortal. La democracia entonces habrá triunfado definitivamente.

La sociedad española, en general, de los siglos XIV y XV fué una mezcla de moderación y sobriedad por una parte y de esplendor y lujo en otras, que no se compadecen, fácilmente, ambas tendencias.

Tomé la pluma y escribí: «Si el señor Licenciado Castro Pérez se digna recibirme en su casa, procuraré servirle con toda fidelidad». Me acerqué al abogado, llevando la hoja y la bujía. Mi hombre se acomodó en su poltrona, se compuso con ambas manos las gafas, y leyó lo escrito. ¡Bien! ¡Bien! ¡Bien! ¡Conforme!