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Pero su traje de ceremonia estaba verdaderamente indecente, más gastado por el tiempo y la polilla, que de haberle llevado a cuestas; la chistera no sufría ya la plancha, porque había perdido el pelo y las botas estaban en manos del remendón de la esquina, por más que decía Quilito, y era peritísimo en la materia, que el becerro no sienta al frac y el charol, de no ser nuevo, no sirve para maldita la cosa.

Lo mismo era aproximarse Osuna, que ya estaba la casta jamona sofocada, inquieta, un color se le iba y otro se le venía. Pero era tal la vergüenza que sentía, que no hubiera declarado a su mismo padre las insinuaciones del sucio contrahecho. ¡Qué diferencia entre este indecente y el sereno, majestuoso y romántico D. Juan Casanova!

-Sepamos qué es esto de raíz -dijo a este tiempo el oidor. Pero el hombre, que lo conoció, como vecino de su casa, respondió: ¿No conoce vuestra merced, señor oidor, a este caballero, que es el hijo de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre en el hábito tan indecente a su calidad como vuestra merced puede ver?

La chica rechazó con indignación la malévola sospecha que había debajo de sus palabras, se encrespó de tal manera que el pobre no volvió a entrar en explicaciones. Se retrajo de la compañía de sus amigos. Andaba avergonzado, siempre temiendo que le echaran en cara aquella indecente complacencia. Y así fue. Un día, en la taberna, se lo dijeron bien clarito.

Ya sabes que yo soy enemigo de la riqueza individual, pero, ¡qué demonio! hay que reconocer que en otros países hace algún bien y sirve para algo. En los Estados Unidos, por ejemplo, esos tíos que atraen el dinero á sus manos, con una buena suerte escandalosa é indecente, y que mueren dejando centenares de millones, tienen, al menos, la discreción de hacerse perdonar con obras útiles.

La rabia surgió terrible en su alma, y sin reparar en lo que hacía, incorporose en el lecho, alargando las manos a la percha para coger su ropa... «Ahora mismo, ahora mismo voy, y con esta zapatilla le aporreo la cara hasta chafarle la nariz... trasto, indecente. ¡Decir eso...!, ¡una mentira tan grande! ¿Pero qué hora es? ¡Si están dando las doce!

Al ver que el portero entraba ya en su habitación, Krilov, apretando los dientes de rabia, le siguió dócilmente. «¡También me ha tomado por un espía este canallaEl habitáculo era reducidísimo. Sólo había en él una silla, en la que se sentó el portero, sin ceremonia. «¡Qué indecente! Ni siquiera me invita a sentarme!», pensó Krilov.

Pues verás, La tía esa indecente, la Fenelona, francesota, más mala que el no comer, dice que este hijo que tienes no es hijo de quien es, sino de D. Segismundo. ríete, tonta, que eso no es más que envidia». La prójima no chistó; pero bien se conocía que aquellas palabras habían hecho en su espíritu un efecto desastroso.

Y si él sólo se pusiera en ridículo, no me importaría nada...; pero me pone a , y esto no puedo tolerarlo... ¡No quiero tolerarlo!... ¿Qué se figuraría una persona desconocida que presenciara este lance?... ¡Se figuraría cualquier cosa mala, indecente!... ¿Es esto dar consideración a su señora? ¿Es hacer que se la respete?

Comer... ¡menos que un pájaro! Me mantengo con un cacho de pan así, y ustedes perdonen el modo de señalar. Es malo comer: el pan quita sitio a la bebida. Además, da mareos y hace que a uno se le revuelvan las tripas, y arroje y repuzne a los demás por su cogorza indecente... A me mantiene el vino... ¡Viva el negro!... ¡y el blanco también! Esta es la mejor de las boticas.