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El sol comenzaba apenas á producir sobre las crestas nevadas sus primorosas reverberaciones; una ancha faja de nieblas ceñía los cerros vecinos por la mitad, dejando en descubierto las eminencias con sus enormes peñascos de granito, y las bajas colinas, la ciudad y los vallecitos profundos y tortuosos del Jenil, frescos, verdes, floridos, cuajados de molinos y fábricas, de huertos primorosos y de hileras y grupos de álamos blancos y otros árboles enhiestos.

El Lohengrin con casco de aletas, capa blanca y las dos manos en la empuñadura del sable resultaba menos insufrible que este señor de enhiestos bigotes y dientes de lobo vestido de marino, que reía con una risa falsa y brutal y desempeñaba el papel de hombre sencillo, de monarca sin ceremonias, cuando encontraba en el mar á un multimillonario de América ó de Europa.

De nuevo los enhiestos cocoteros, lisos en su tronco coronado por la diadema de apiñados frutos; el banano, cuyas ramas ceden al grave peso del racimo; el frondoso caracolí, cubriendo con su ramaje dilatado, el mundo anónimo que crece a sus pies, se ampara de él y duerme tranquilo a su sombra, como las humildes aldeas bajo la guarda del castillo feudal que clava la garra de sus cimientos en la roca y resiste inmutable al empujo de los hombres y al embate del huracán!

Era terreno desconocido, por donde, si lograban atravesarle, llegarían sin duda a no menos desconocida e inexplorada comarca. La vereda daba innumerables rodeos. A veces iba en muy pendiente cuesta abajo, pero más a menudo se elevaba en cuesta no menos pendiente. Los cerros, a un lado y a otro, parecían ir creciendo. En sus enhiestos picos relucía el hielo perpetuo.

En las laderas de los montes, la tierra parecía a trechos ingrata a todo esfuerzo humano, las cumbres estaban coronadas de peñas calvas con los ángulos roídos por los siglos, y los picachos de granito se erguían enhiestos en desprecio del tiempo.

Ninguna chanza alegre se escuchaba entre ellos como otras veces: ni una palabra salía de sus labios. Sus pasos sonaban huecos y lúgubres por la calzada pedregosa. ¡Así os vi cruzar por Entralgo con vuestras monteras sin flores, con vuestros palos enhiestos como una nube que avanza negra por el cielo para descargar su fardo de cólera sobre alguna comarca próxima!

Imaginariamente veía el alto y opresor cuello del uniforme haciendo surgir sobre sus bordes un doble bullón de grasa roja. Los bigotes enhiestos y engomados tomaban un avance agresivo. Su voz era cortante y seca, como si sacudiese las palabras... Así debía lanzar el emperador sus arengas.

En otras partes, el valle se estrecha: la carretera gira sobre el borde de alguna falda ó barranca que domina las ondas del rio; este salta, se disloca y retuerce espumante sobre su revuelto lecho de pedriscos; los cerros se levantan á uno y otro lado como murallas colosales, ofreciendo las mas románticas formas en sus altas cavernas, sus rugosos relieves, sus enormes grietas verticales; sus derrumbes, sus picos desiguales y severos, sus cascadillas que se lanzan al valle en delgados hilos para convertirse en menudo polvo argentino, sus matorrales ásperos y tristes flotando casi al viento y apénas adheridos á los intersticios de las rocas, y sus franjas superpuestas de un verde sombío, guirnaldas de abetos enhiestos que las nieves respetan en las montañas de los Alpes, dejándoles su eterna majestad.

Tiene cuatro altares laterales con lienzos; tiene uno central con cuatro columnas jónicas; tiene una imagen; tiene ramos enhiestos; tiene velas blancas; tiene velas verdes. En la sacristía cuelga un diminuto espejo con marco de talladas hojas de roble, y un aguamanil blanco rameado de azul pone en la pared su nota gaya.

La casa reposaba en un cimiento de piedras menudas hasta el suelo del primer piso, y de ahí para arriba todo el edificio se componia de tablas de abeto graciosa y cuidadosamente unidas. En derredor todo era guirnaldas flotantes, enhiestos arbolitos y alfombras de grama salpicada de flores silvestres.