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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Junto a él está el retrato en busto de Felipe IV, por Velázquez. Tiene el rey austriaco ancha la cara de mentón saledizo; sus bigotes ascienden engomados por las mejillas fofas; pone la luz un tenue reflejo sobre la abundosa melena que cae sobre la gola enhiesta. Y sus ojos distraídos, vagorosos, parecen mirar estúpidamente toda la irremediable decadencia de un pueblo.
Imaginariamente veía el alto y opresor cuello del uniforme haciendo surgir sobre sus bordes un doble bullón de grasa roja. Los bigotes enhiestos y engomados tomaban un avance agresivo. Su voz era cortante y seca, como si sacudiese las palabras... Así debía lanzar el emperador sus arengas.
Cuando te veo en los salones tan perfumado y elegante, hecho un dije de reloj, ¡no sabes lo que daría por achucharte, por chafarte la camisa, por meter las manos entre esos pelos tan rizaditos y engomados ¡simploncillo! y ponerlos tiesos como un escoba! Eres tonto de remate; como sabes que eres guapo no hay quien te sufra...» Al fin Miguel halló el medio de reconciliarse con su madrastra.
De cerca, sus bigotes engomados a la perfección no bastaban a compensar las patas de gallo y arrugas de todo linaje que le cruzaban el rostro. Era fabricante de conservas alimenticias y solterón empedernido, no porque dejase de honrar al bello sexo y tenerle en gran estima, sino porque pensaba que el matrimonio era la muerte del amor y sus ilusiones.
Muy lindas, muy elegantes todas ellas. Notábase que su principal preocupación era su propio atavío. Poco después llegaron los jóvenes: Pedrito, Carlos, Raúl, Enrique, Evaristo, otros varios. Estos donceles merecen párrafo aparte. Llegaban como recién salidos de la sastrería, planchados, engomados, prensados, rígidos, ¡encorsetados! La raya del pantalón, perfecta, como hecha con tiralíneas.
Era un magistrado de la Audiencia provincial; viejo ya, calvo, diminuto, flaquísimo; aladares rizados con tenacilla sobre las orejas; bigotes horizontales, engomados con zaragatona, tan largos, que sobresalían a los lados como balancín de funámbulo; corbata de chalina; chaqueta hasta media posadera; pantalones a menudos cuadros negros y blancos, de campana excesiva, para disimular la enormidad de los pies, aprisionados en zapatos de colgantes cintas de seda, tan anchas como la chalina.
Palabra del Dia
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